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Ningún
preso puede dejar de pensar, alguna vez (o siempre), en escapar de su
prisión. La libertad es el sueño que sostiene a quienes no la
tienen. La difererencia está entre quienes se animan a intentarlo de
cualquier forma y los que prefieren esperar a que las paredes se
rompan solas.
En
esa disyuntiva estamos en nuestro País, convertido en una enorme
cárcel económica, conducida por un “alcalde” cruel y
despectivo, además de inepto. A su lado, un conjunto de símiles
gerentes, ha creado un andamiaje perverso de apoderamiento de los
bienes de los “presos” mediante maniobras que, a pesar de ser tan
repetidas en la historia, no parecen haber sido consideradas en su
justa medida por las víctimas a la hora de haber aplaudido la
llegada de este esperpento “penitenciario”.
No
está solo este “notable” equipo de “celadores” financieros.
Su alter ego mundial ha llegado para darle la mano que necesitaba
para sostenerse un poco más en el tiempo, hasta la fecha prevista en
que debe entregar la “posta” a los próximos encargados de
administrar lo que ellos ni tienen idea. Tal como si fuera el padre
planetario de la economía carcelera, envía a sus funcionarios para
dictar las medidas que reaseguren el mantenimiento de las rejas y los
cerrojos que sostienen sus bestiales beneficios alejados de quienes,
en realidad, los generan.
Mientras
tanto, dentro de las oprimentes celdas sociales, se amontonan las
penurias de los condenados sin juicio previo, espantados de tantos
miserables al comando de sus vidas servidas en bandeja a cambio de
espejitos que se rompieron hace rato, promoviendo la “mala suerte”
de tantos años de desgracias previsibles.
Pero
hay murmullos, hay debates cada vez más intensos dentro de las
mazmorras de la pobreza. Se arrepienten los odiadores de quienes
antes les abrieron las cárceles para intentar otra vida, más justa
y previsible, aplastada por la ignorancia fabricada exprofeso por los
parlantes de los carceleros actuales. Se reagrupan ahora con los
compañeros de celdas que les previnieron el desastre al que les
conducía la aceptación del “alcalde” del cambio y las “buenas
ondas”.
Oprimidos
hasta lo indecible, la libertad vuelve a ser tema central. Escapar de
la bestia arrasadora de vidas y bienes se hace perentorio. Pero ahí
aparecen las voces de los irresolutos, aplazando lo improrrogable en
nombre de un sistema que, se supone, nos protege a todos por igual,
siempre y cuando hagamos lo que les conviene a quienes lo conducen
desde las alturas oscuras del verdadero Poder.
Los
pusilánimes nos previenen sobre la necesidad de esperar el final del
mandato del alcalde que venía a terminar con la corrupción, la
misma que lo sostiene desde siempre en su altar de egolatrías y
fortunas mal habidas. ¿Esperar qué? ¿La desnutrición de los pibes
sin leche y sin abrigos? ¿La quiebra de los empresarios que ya no
pueden producir por las rejas financieras? ¿La multiplicación de
los mendigos durmiendo bajo los aleros de los pabellones de esta
enorme prisión? ¿El cierre de los dispensarios donde se refugian
los que ya fueron alcanzados por las balas y los garrotes de los
guardiacárceles ensorberbecidos? ¿La muerte temprana de los
mayores, predestinados a la miseria que les pisa los talones?
Paradójicamente,
los muros de esta cárcel nacional han sido agrietados por los mismos
que pretenden nuestra eterna condena. Ya no es tan segura esta
prisión para contener los deseos de liberación que empujan las
paredes con la fuerza de millones de postergados, de sometidos, de
hambreados en nombre de una futura emancipación que nunca llega.
El
“escape” deberá ser conquistado con urgencia, antes que estos
“Atilas” modernos, junto a sus cómplices y los traidores,
terminen de arrasarnos, para poder así abrir los portones de la
libertad y reconstruir la felicidad postergada en nombre de una
democracia falsa e hipócrita, refugio de los asesinos que nos
condenaron tantas veces a la cadena perpetua de la miseria.
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