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La
base del “éxito” electoral del conglomerado de ineptos
neoliberales que nos gobierna, está en una palabra: “corrupción”.
Ese es el filtro que impusieron para generar, a través de verdades
sin sustento, los odios irracionales que sobrepasan las
demostraciones de sus falsedades. Es redundante mencionar las
herramientas de las que se valieron, aunque nunca está de más:
poder económico, medios hegemónicos afines y justicia amañada.
Sin
embargo, nada de eso hubiera tenido el resultado que se gestó, sin
una población proclive a aceptar semejantes patrañas como absolutas
verdades, gracias a la constitución de una idiosincrasia formada en
décadas de acción saqueadora de las conciencias, abandonadas para
subirse al tren de la ignorancia placentera y la justificación de
las propias ineptitudes.
Junto
a esa colectiva pasión por el desprecio al raciocinio para
posicionarse ante la realidad, están los infieles manipuladores de
ideologías de las que solo reconocen una cáscara de frases
superficiales, adaptadas a las circunstancias que las coyunturas
históricas les presenten. Son esos camaleones de la política que
saben ubicarse siempre bajo el ala protectora del Poder, para seguir
subsistiendo en la consideración popular y minar desde dentro a sus
organizaciones.
Sus
actos depredadores se adecúan con discursos contra... la
“corrupción”, claro. He ahí el hilo conductor de todo “buen
alumno” de los dueños de la verdad revelada por el dios mercado.
Como todo converso, exageran sus posturas para posicionarse más
arriba en la escalera a las alturas del Poder, dándonos lecciones de
moral y buenas costumbres políticas y aleccionando a la población a
alejarse de los molestos dirigentes que pudieran abrir sus cabezas
para entender el engaño eterno del que forman parte.
Ahora,
cuando la pendiente por donde se desliza el actual gobierno se está
empinando irremediablemente hacia el abismo anunciado por los más
lúcidos desde antes que asumieran, se autoerigen como los únicos
posibles “salvadores de la Patria”, como el reaseguro para no
volver a caer en manos de los populistas de la “corrupción” tan
denunciada.
No
se trata siempre de tontos o inexpertos. Hay, entre ellos,
inteligentes cuadros que pudieran ser capaces de asumir la conducción
de un Estado con alguna solvencia. Solo que están atravesados por el
miserable sinsentido de la negación de las virtudes del gobierno
anterior, de quienes solo se mencionan los “errores” cometidos y
se desprecian las condicionalidades en las que debió ejercerse el
poder político entonces.
La
presencia de corruptos en las filas del gobierno anterior (como en la
de cualquier gobierno), no implica hablar de corrupción como método.
Es la condición humana la que lleva en sí la posibilidad de
gangrenar la moral que fuera sustento y principio, por imperio de los
corruptores del Poder corporativo que nunca se van, que jamás dejan
de ejercer sus tremendas influencias, que cooptan voluntades aquí y
allá para asegurar sus intereses por siempre, y a los que nunca se
señalan como los productores de la corrupción real y permanente que
tanto beneficio les lleva.
Otra
de las condiciones de los camaleones políticos es mostrarse como
“responsables”, palabra que indica la pertenencia a un grupo
aceptado por el estáblishment como de los “opositores válidos”,
nunca confrontativos con la estructura financiera y económica a la
que, en todo caso, solo atacan en sus discursos vacíos frente a los
votantes, para desdecirse rápidamente en esas pantagruélicas cenas
de grandes industriales, sociedades rurales y otras yerbas similares.
Los
“irresponsables”, los que piensan otro País, los soñadores de
sociedades justas, de la felicidad del trabajo, de lo imprescindible
de la educación, de la salud asegurada por el Estado y de futuros de
utopías cumplidas de soberanía e independencia; esos serán
vapuleados por propios y extraños, alejados de la consideración
popular y eliminados de la historia oficial a fuerza de mentiras y
tapas de diarios.
Los
“responsables” podrán, tal vez, asumir la conducción de lo que
fuera (antes) una ilusión casi al alcance de la mano. Para cumplir
con su misión real, el Pueblo deberá ser convertido en una inmensa
masa de eternos oprimidos sin derecho a soñar. Los “corruptos”
que no lo eran deberán pagar por los que sí lo son. Pero la
corrupción, la verdadera, la que lleva 200 años en nuestra historia
de idas y venidas, continuará allí, incólume, acechante, perversa.
Tal y como la necesitan para matar los sueños populares.
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