Imagen de "Gentiuno" |
“Mundo
occidental y cristiano”, “civilización occidental”, “primer
mundo”, “mundo desarrollado”. Esas son las denominaciones con
las que se autodefinen los “dueños del mundo”, tratando de
mostrar rasgos de una ideología que, tambien según sus propias
descripciones, son el espejo donde debiéramos mirarnos para
encontrar el ansiado camino hacia la “libertad”, otra vaga
explicación de los amos planetarios para encausar nuestros
pensamientos derechito hacia sus cárceles ideológicas.
No
hace falta demasiada capacidad intelectual para notar sus verdaderas
intenciones que, en algunos casos, hasta las explican con el descaro
de quienes se saben impunes por la concentración de poder que
acumulan desde hace siglos. Otras veces, solo actúan, ejercen con
bestial crudeza sus “violencias necesarias”, disciplinamientos
rutinarios de los pueblos que se atreven a desobedecer sus planes.
Mientras
violan cuantas leyes hipócritas se hayan aprobado en esas
organizaciones inútiles que les otorgan legitimidades a sus actos
deleznables, mientras destruyen ciudades, acaban con culturas
milenarias, arrasan economías prósperas y aplastan rebeldías
justas con la muerte de centenares de miles de personas, lo
justifican todo con inventados “peligros para la humanidad” jamas
probados.
La
muerte sirve, según estos fabricantes del infierno, para terminar
con las “maldades” de gobernantes que osan enfrentarse a sus
órdenes imperiales. Que no son otras que la de asumirse como
esclavos y aprobar sin más sus planes de saqueos de las riquezas
naturales, único objetivo que los mueve, primordial explicación
para cada uno de sus escenas de perversión explícita.
Alrededor
de los amos, siempre están los imprescindibles lacayos para sostener
tanta ruindad. Son ellos quienes comunican con placer los éxitos de
sus “señores”, festejando cuanta tropelía sirva para acabar con
los atrevidos populistas y sus desechables seguidores, mediante
discursos obsecuentes y repugnantes adhesiones a los peores actos que
se puedan siquiera imaginar, con el único fin de permanecer en el
poder de sus respectivos países, donde reproducen a escala las
mentiras, el saqueo y los desmanes que aplauden a sus “jefes
espirituales”.
El
jefe local de esta banda de atracadores, es el primero y orgulloso
defensor de los actos del Imperio al que sirve. Él y sus gerentes
gobernantes, alentando la destrucción de otros pueblos (y del
nuestro), también son responsables ante la historia por tanta muerte
sin sentido (como no sea el de dominar a quienes todavía no
pudieron), con “clases” de impunidades asesinas que ejercen aquí
y ahora.
Promueven
el odio como método para acabar con la resistencia de los que aun
conservan rasgos de verdadera humanidad. Establecen reglas para
terminar con las rebeliones de los pueblos escarnecidos. Castigan
duro al que pretenda alzar la voz de la razón frente a tanta
indignidad. Y pisotean los derechos más elementales, mientras se
prometen felicidades postergadas, invariablemente, para “tiempos
mejores”.
Mirando
para otro lado, la “gente” continúa obnubilada con falsedades
tan evidentes como la existencia del sol y la luna. Prefieren ver lo
que no existe, escuchar lo que no se oye y repetir lo que no se
piensa. La muerte parece demasiada lejana y solo sirve para derramar
alguna lágrima de cocodrilo ante la apabullante verdad de un niño
muerto por los misiles imperiales, mientras desde las pantallas de la
mentira organizada se elaboran conjeturas sin sentido, justificando
con una pestilente frivolidad cómplice, la destrucción de la vida y
el final de la verdad.
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