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Con
cara de serio y responsable, un economista “opositor” nos explica
que las medidas del gobierno nacional están “equivocadas”, que
“debe hacer un replanteo”, que hay que apoyar a las pequeñas
empresas para “defender el mercado interno”, pero que el aumento
de las tarifas era inevitable, porque “estaban atrasadas”, porque
había un “festival de subsidios”, aunque luego aclara que fue
demasiado violento, que debió hacerse en forma más gradual.
Un
representante de una textil expresa, enojado, los dramas productivos
y financieros por los que está pasando debido a la “falta de apoyo
a la pequeña y mediana empresa”, la imposibilidad de pagar las
tarifas exorbitantes de energía y la carga impositiva en general.
Pero luego aclara que comprende que esas tarifas “estaban
atrasadas”, pidiendo al gobierno que advierta que debiera ser más
gradual el cambio.
El
dueño de un kiosco dice que subió tanto el costo de la electricidad
que no le alcanza para pagar esa facturas, ni hablar de mantener el
negocio, y que “ya no se puede más”. A pesar de ello, también
cree que las tarifas estaban muy atrasadas y comprende que debían
“adecuarse”, para terminar rogándole al presidente que se
compadezca de ellos.
Un
ama de casa, jubilada con la remuneración más baja, se queja a los
gritos por una factura de “la luz” de más de tres mil pesos. No
puede comprar los medicamentos ni comer, pero aun así, dice que se
da cuenta que “no se podía seguir” con valores tan bajos, con
tantos subsidios para “cualquiera”.
El
economista sabe que está mintiendo, sabe que no hay ninguna
equivocación, sabe que nunca harán un replanteo de lo que son
decisiones definitivas del Poder. Su cacareado apoyo a las pequeñas
empresas choca de frente con sus desprecios por los subsidios
demonizados hasta el hartazgo, tratando de culpar al virtuoso de las
inhabilidades del inepto.
El
empresario quejoso, el mismo que equipó su industria con las nuevas
tecnologías mediante créditos “subsidiados” por los supuestos
corruptos del pasado, que construyó un nuevo edificio con una
hipoteca de bajos intereses y cuotas fijas, ahora descubre que esos
apoyos a la pequeña industria eran ¿exagerados?
El
kiosquero que pasó de vender por la ventana del living a tener un
“salón de ventas”, ahora ve la realidad negativa de haber
recibido esas “prebendas” tarifarias, y solo pide piedad para
poder seguir pagando cada vez más, mientras las ventas ya casi no
existen.
La
jubilada, que lo es gracias a una decisión política, habla en
contra de los políticos que se lo posibilitaron, mientras agacha la
cabeza ante el amo que le ordena sufrir sus últimos años de vida.
“Hay
que ser serios”, repiten los voceros del Poder, mientras los
evasores seriales encaramados en el gobierno nos explican las
bondades de la desaparición del demonio del subsidio, que ahora es
solo para ellos, del fin de un déficit que, sin embargo, crece cada
día más y de la baja de la inflación que se dibuja en las oficinas
de las patrañas ilusorias.
Mientras
tanto, allí abajo, cada vez más abajo, los amnésicos habitantes
del odio programado continúan negando sus propias vidas, expresando
comprensiones que no tienen, aprobando sus propias muertes, para terminar
discutiendo solo el tamaño del hacha del verdugo.
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