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La
misma persona que dice que “los subsidios no son gratis como nos
hicieron creer durante muchos años”, es la que logró que se le
estatizara la deuda que había generado su conglomerado de empresas
en 1982. O sea: si el subsidio es para él, está bien, pero si es
para el Pueblo, está mal. Sencillo paradigma que nos pone blanco
sobre negro acerca de la ideología que sustenta el proyecto político
que arrastra a la Nación al peor de los infiernos, para colmo, ya
vivido.
Muy
suelto de cuerpo y en su media lengua, soltó otra frase notable que
reafirma su desprecio social: “Para cubrir estos subsidios, se tuvo
que tomar deuda, porque para pagar energía tenemos que pedir plata
prestada”. ¿Tenemos? El problema no es tomar deuda, sino hacerlo
sin destino productivo alguno, sin sentido de desarrollo autónomo,
sin generar las condiciones para la industrialización y la
producción con mayor valor agregado.
“La
única manera de lograr un cambio profundo y verdadero es que todos
los argentinos nos sumemos al desafío de consumir menos”, espetó.
Veamos: ¿se referirá al “voluminoso” consumo de los jubilados,
al desafiante consumo de los laburantes en lujosos transportes, al
derroche energético de los comedores populares, al carbón
calefaccionador de los inviernos de los abandonados?
“Cada
hornalla que apagamos, cada canilla que cerramos, todo suma”,
soltó, como si nada de eso que dice significara más que un número.
“Todo suma”... a las fortunas de los gerentes del privilegio,
mientras se multiplican los despidos, se rebajan los salarios reales,
cierran los comercios y quiebran las industrias invadidas por el
dumping permitido.
“Otra
alternativa era hacer un ajuste pero ese no es el camino que
elegimos, sino uno de cambios con gradualismo, para que ningún
argentino se quede atrás”. O sea... ¡que mil por ciento de
aumento es gradualismo! Tranquilo, presidente. No nos quedamos atrás.
Estamos abajo, descendiendo por los infiernos que ni el Dante se
imaginó.
El
patético discurso solo termina por generar una certeza: la
dominación cultural de la sociedad es de tal magnitud, que los
vuelve inmunes a la reacción que se pueda producir. La protección
mediática ha dado amargos frutos de consumo masivo, los que
reproducen el virus de la estupidez desideologizante, proveyendo de
masa crítica a los desvaríos y ridiculeces como las de estos tipos
de discursos desconectados de una realidad más que evidente.
Como
diría el “gran diario argentino”, “Total tranquilidad”. El
hambre es nuestra y el restaurante (caro) es de ellos. Los negocios
mandan (dinero a las guaridas) y la “gente” obedece. Nosotros
ahorramos y ellos consumen (de más). Ellos desguasan el Estado y
nosotros pagamos (el desguace). Nosotros levantamos la voz de los
reclamos y ellos golpean y gasean los rostros desesperados.
Es
el fin de cualquier metáfora, la culminación de toda alegoría. Es
el momento de la consumación del robo de la esperanza. El final de
cualquier ilusión de mejor vida. Pero son tan brutos, que no saben
que el horizonte se corre a cada paso, que amanece cada día la
utopía. Y que nuestra factura, ya está vencida. Y deberán pagarla.
Con intereses.
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