Imagen de "Gerardo Fernández" |
La
gente es desagradecida. Sino, fijémonos en la quejosa sociedad
argentina, que no termina de admitir las virtudes de un gobierno que
vino para terminar con las lacras populistas. El presidente (de
alguna manera hay que llamarlo), con su habitual facilidad de
palabra, nos avisa que la pobreza ya casi no existe y nosotros,
porfiados seres irredentos, no queremos admitirlo.
Uno
comprende que no es fácil hacerlo, cuando acaba de regresar del
supermercado sin el vino y el asado acostumbrado para el domingo,
debiendo conformarse con un par de salchichas y agua de la canilla.
Pero eso es circunstancial, es porque no sabemos ver las ventajas del
programa de alimentación de avanzada que los ministros han
concebido. Es un estudiado plan para bajar el colesterol, terminar
con las grasas saturadas, combatir el alcoholismo dominguero y
ensuciar menos el ambiente con el humo del carbón parrillero.
Por
otra parte, el hecho que muchos no tengamos trabajo, se debe a la
revalorización del ocio creativo. Porque creativos hay que ser para
conseguir una hoja de lechuga o dos bananas, o tal vez un tomate y
dos zanahorias, elementos otrora comprados casi a granel.
Reconozcamos el valor de un gobierno que se atrevió a plantear
verdades que no se ven y situaciones que no existen, con el loable
fin de generar confianza en nosotros mismos y nuestras fuerzas
bienhechoras.
Hasta
eso han pensado estos excelsos representantes del desarrollo
invisible, capaces de mostrar sus logros sin que los veamos de
verdad, pero que sin dudas sentimos en toda sus dimensiones. Aunque,
admitámoslo, un poquito dolorosas.
Gracias
a los esfuerzos comunicacionales del primer mandatario (de alguna
otra manera hay que llamarlo), estamos comprendiendo que los
ministros tienen que esperar mejores tiempos para regresar sus
dineros de los lucrativos y inaccesibles paraísos de lejanas islas
de los tesoros(¿mal habidos? ¡señores, no pensemos mal!).
Si,
somos eternos desagradecidos. En nuestra obsesión negadora, no
queremos reconocer tantas ventajas de un gobierno que traspasa los
límites del conocimiento actual, para situarnos, por anticipado, en
un futuro que, por ahora, solo ellos logran ver. O, tal vez, sea el
resultado del equívoco de la vice-presidenta que, en un probable
intento por generar otra pos-verdad, confundió
la muerte del astrofísico Stephen
Hawking (el que
definió el origen del Universo), con el cineasta Stephen King.
Un
Universo (en este caso, el cercano) que ella, su superior (otra
generosa manera de denominarlo) y sus socios-ministros se empeñan en
modificar (¿o destruir?) con argumentos de futuros terroríficos que
se parecen (y mucho) a los de ese destacado director de cine, pero
sin la ventaja de saber que, al final, fueran puras ficciones.
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