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Uno
sabe que una cuerda se puede tensar hasta ciertos límites, más allá
de los cuales colapsará sin remedio. Sin embargo, una parábola que
se suele utilizar para lo político, es que las tensiones de las
cuerdas imaginarias entre los distintos actores de ese ámbito, a
veces se estiran más allá de lo que pudiera considerarse como
posible sin que estallen los conflictos. Todo parte de las relaciones
de poder que se hayan generado, las estructuras sociales pensadas
para la dominación de los más débiles de la sociedad por parte de
los “estiradores de cuerdas” profesionales, que necesitan de la
mansedumbre de las mayorías para depredar con facilidad las riquezas
generadas por éstas, inyectadas de miedos fabricados para lograr esa
pasividad enervante.
Pero
pasa que, cada cierto tiempo, la historia suele parir hombres y
mujeres diferentes, “genéticamente” iguales a esas mayorías
sojuzgadas por sus enemigos de clase. Esos seres distintos, adalides
de intelectos notables y valentías superiores, logran esclarecer a
ese universo social aprisionado en las redes de las mentiras
organizadas para la aprobación de sus propias muertes sociales. Allí
aparecen otras tensiones con los poderosos, pero enfrente tendrán
ahora a una organización liderada por líderes tan capaces, que
sabrán tirar de esa cuerda de la ignominia para romper con la
estructura construída para que nada cambie.
Eso
pasó en Nuestra América en estos años felices donde los
Presidentes y Presidentas se parecían tanto a sus Pueblos, que
comenzaron a realizarse los sueños que tanto tiempo fueron semilla
infértil en los deseos de una sociedad que parecía destinada a
eternos padecimientos. Fue en estos procesos que apareció Lula, un
simple obrero metalúrgico transformado en líder indiscutido de un
Brasil sometido, hasta entonces, al avasallamiento y la decadencia
moral sin límites.
Fue
quien se animó a enfrentar a los dueños del Poder para acercar a
los “nadies” de toda la vida a los derechos negados desde
siempre, otorgándoles la posibilidad de ser parte de una sociedad
inclusiva, donde el trabajo fuera el ordenador fundamental, donde la
educación ya no fuese un lejano privilegio y donde el hambre se
transformara en un mal recuerdo de tiempos que, se suponía, ya no
volverían jamás.
La
voluntad, lo sabemos, tropieza generalmente con realidades que no
resulta fácil modificar. Los estigmas antisociales elaborados por
los poderosos y divulgados maliciosamente por los medios, fueron
mellando la confianza popular en el proceso virtuoso que colocó al
Brasil en la cumbre de su historia económica. Ya sin Lula en el
gobierno, Dilma debió enfrentar la aceleración del paso del
monstruo neoliberal, que pudo quebrar su destino gracias a la
pasividad y hasta la complicidad de los propios beneficiarios de las
políticas que Lula había implementado con tanto éxito.
El
olvido suele formar parte fundamental del trabajo destructor de los
ideólogos de la dominación antipopular. La mentira es el arma
predilecta y la corrupción la palabra preferida para denostar y
manchar la honra intachable de los líderes que se atrevieron a
enfrentarlos.
No
interesarán las pruebas ni los juicios amañados. No tendrán
importancia las protestas de los leales ante tanta miseria ética. No
se tendrán en cuenta, por parte de una parte importante de la
población, los logros obtenidos durante los gobiernos populares.
Solo serán válidos los obscenos mandamientos de un Poder que se
atreve a todo, sabiéndose impune y protegido por un Imperio que está
cubriendo de espesos y peligrosos nubarrones el retroceso político,
económico y social de la Patria Grande.
Sin
embargo, a pesar de los pesares, hay que redordarles a los engreídos
virreyes del siglo XXI, que la verdad es como el agua que, con
lentitud pero sin pausa, horada hasta las mas duras de las piedras de
la mentira. Y que las rejas no podrán más que impedir, solo por un
tiempo, el regreso del Líder al sitial de honor entre su gente.
Porque Lula, tal como aquel otro inmenso líder caribeño, será
también absuelto por la historia.
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