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Cuando
un problema es demasiado evidente y llamativo mediáticamente, cuando
las protestas de la población organizada se hacen más y más
visibles, entonces los integrantes de los gobiernos suelen tomar nota
para evitar ser alcanzados por el descontento, para disminuir los
daños que les pudieran hacer a su pretensiones de continuidad en las
funciones.
Es
el caso de los denominados “fitosanitarios” en la Provincia de
Santa Fe (aunque no solo). Tanta ha sido la lucha de las
organizaciones que vienen exponiendo los resultados dañosos para la
población de la aplicación indiscriminada y sin límites de los
agroquímicos, que el gobierno decidió decir algo para calmar los
reclamos. Entonces presentó una iniciativa para imponer una alicuota
especial del impuesto inmobiliario a los productores que utilicen
esos venenos.
Pero
después, cuando el mismo gobernador se presenta ante la corporación
que integran los más grandes latifundistas y los dueños de los
negocios del agro, se achica, se asusta ante el Poder verdadero que
ellos representan, y habla de “evitar los conflictos que hoy se
producen con poblaciones urbanas, con sectores sociales que muchas
veces adoptan posturas extremas sobre este tema".
El
resultado ya se puede prever: la decisión será modificada para que
los “señores” del campo no se enojen, postergando (una vez más)
a esos sectores que el gobernador menciona como de “posturas
extremas”. Extraño método de medición de lo “extremo” de los
reclamos de gente a las que se les fumiga hasta el patio de sus
viviendas, de chicos a los que se les envenena en sus escuelas, de
pueblos rodeados de mares de soja envenenada, de “mosquitos” que
no pican, pero chorrean en sus calles los líquidos tóxicos que
apestan y matan en silencio.
Eso
quieren: silencio. Necesitan tapar la realidad de décadas de
abandono a las decisiones de las poderosas corporaciones del
agronegocio, a las que se les rinde pleitesía, mientras con la
habitual demagogia, se prometen paliativos avaros ante lo evidente de
los resultados sanitarios. Al gobierno le importa más “evitar los
conflictos”, cuando lo que debiera interesarle es la solución de
las razones que originan los reclamos.
Pero
resulta imposible que los pusilánimes intenten otra cosa que
esconderse detrás de las cortinas del Poder, al que sirven aunque
cada tanto peguen algún grito para hacernos creer que piensan en el
Pueblo. Desesperados por conservar sus privilegios, se convierten en
simples engranajes de la maquinaria de dominación y rapiña de
nuestros derechos y nuestra naturaleza.
Se
llevan todo, expoliando los suelos y las aguas. Nos dejan los
desiertos, las enfermedades y la muerte del futuro. Nos convencen con
zanahorias (también envenenadas) de rindes productivos asombrosos,
que solo servirán para acumular riquezas en sus guaridas fiscales,
evadiendo los escasos controles que, casi vergonzantemente, se les
pretendan imponer.
Cuando,
por efecto de sus descontrolados sistemas de producción agraria, se
producen inundaciones o sequías, allí se olvidarán de sus
desprecios al Estado, exigiendo subsidios para solventar sus
pérdidas. Esos mismos subsidios a los que se oponen exaltados cuando
se pretenden aplicar para permitir las más elementales de las
necesidades de la empobrecida población.
La
estructura agraria sigue siendo la misma de los comienzos de la
Nación, incólume ante el paso de las generaciones. Refugiados en
ridículas superioridades anacrónicas, envueltos en el halo
oligárquico que pretenden eterno, continúan amedrentando a los
inútiles que creen que gobiernan.
¿Quién
se atreverá a cambiar tanta injusticia? ¿De donde saldrá el valor
para terminar con tanto poder miserable? ¿Qué habrá de hacerse
para finalizar con sus imposiciones mortales? ¿Cuándo decidirá, el
Pueblo, tomar en sus manos las riendas de su destino? Las respuestas
deberán buscarla los mismos sometidos, en los ojos moribundos de los
pibes fumigados.
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