Imagen de "Guillermo Zysman" |
La
ciudad es mucho más que una acumulación de edificios en forma
incoherente. La ciudad tiene derechos. Sus habitantes (todos) tienen
que, solo por vivir en ella, ser partícipes de las decisiones que
pudieran afectar sus intereses individuales y colectivos. La
complejidad de las políticas que demanda una entidad de dimensiones
tan grande en lo territorial y atravesada por complicados sistemas
infraestructurales, además de la diversidad social que la compone y
las dificultades en obtener los recursos para su mantenimiento y
progreso, hace necesario abordar cada uno de los problemas o
necesidades con la participación de todos los ciudadanos, artífices
y destinatarios de todo lo que se decida.
Esta
verdad de perogrullo, no pasa más que como una expresión de deseos
poco tenidos en cuenta a la hora de la toma de decisiones de los
gobiernos municipales. Suelen pregonarse, falsamente, como método
demagógico de convencimiento de su población, fantasiosos “Planes
Urbanos”, con presentaciones exuberantes, repletas de promesas y
maquetas virtuales, escondiendo siempre objetivos de grandes negocios
inmobiliarios, verdadera meta final de cada uno de los denominados
“proyectos de participación público-privado”.
En
Rosario, más de una década después del comienzo de uno de esos
“planes de desarrollo”, el famoso “Puerto Norte” no pasa de
ser un “monumento” al fracaso, simple amontonamiento de edificios
que, producto de inversiones poco claras en sus orígenes, solo
sirvió para un millonario negocio (¿o negociado?) de pocas (siempre
las mismos) empresas constructoras e inmobiliarias.
Le
sirvió, sin embargo, a los ocupantes del Palacio de Los Leones, para
tomarse algunas fotos y presentar semejante adefecio antiurbano como
una pobre reproducción de un Manhattan de bolsillo, como un
atractivo turístico más de contemplación paisajística, destinados
a simples paseos entre edificios casi deshabitados.
Ahora
se acerca otro de esos tantos proyectos, no por casualidad
presentados por las mismas empresas, pero ya directamente en el
propio microcentro de Rosario. Los mismos grandes beneficiados de
siempre, anulando las posibilidades de pensar una urbe mucho más
lógica, amigable, de escala humana y respetando la historia que
sostuvo su nacimiento y crecimiento.
Nada
importa, cuando de ganar dinero se trata. Avasallando cuanto
reglamento exista, anulando con el codo lo firmado no hace demasiado,
pisotendo la historia ya derribada de los viejos monumentos de una
arquitectura en vias de extinción, se aprestan a “discutir” en
el Concejo la aceptación o no de este nuevo proyecto de la
indignidad edilicia.
El
“poderoso caballero” rondará por allí. Las manos se levantarán
o no en base a devaríos discursivos que poco o nada aclararán sobre
el trasfondo del hecho que se aprestan a “debatir”. Con la
ausencia real de la ciudadanía, envueltos en ese halo de
representatividad aparente que pareciera asegurar la presencia de
nuestra palabra, nos comunicarán, un día, que se han realizado
“importantes modificaciones al proyecto original” que, metros más
o metros menos, terminará por otorgarle a los dueños reales de las
decisiones, el poder para acabar con otro espacio de una ciudad a la
que le están matando el alma.
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