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La
historia de San Martín y sus acciones libertarias nos han sido
comunicadas, las más de las veces, a través de relatos creados por
sus enemigos ideológicos, con lo cual pretendieron reducir su vida
a meros actos inconexos, enumeración de batallas victoriosas y
supuestas poses sobre caballos blancos inexistentes frente a los
Andes. Nos enseñaron la marcha de San Lorenzo para cantarla sin
oirla, solo como un vulgar ejercicio de patrioterismo vacío de
contenido.
Sin
embargo, para quien quiera saber, han habido decenas de historiadores
que se han ocupado de darnos versiones más fidedignas, más cercanas
a la humanidad del “grande entre los grandes” (que no es
Sarmiento). A través de esas investigaciones históricas
no-mitristas, hemos podido saber de su orígen indígena negado por
la historia oficial, de sus posturas ideológicas, del entendimiento
de la realidad de su época, de su profundo patriotismo sin
especulaciones, del honor con que se condujo frente al enemigo.
Justamente, el enemigo era, por aquellos tiempos, el reino de España, el asaltante de nuestras tierras, el colonizador para el cual el propio San Martín había servido en su juventud temprana. Cuando comprendió que su vida la debía poner al servicio de la causa libertaria, comenzó una lucha donde sus enemigos no estarían solo frente a él, sino también detrás, en la retaguardia politiquera de su época, que también la tenía.
Justamente, el enemigo era, por aquellos tiempos, el reino de España, el asaltante de nuestras tierras, el colonizador para el cual el propio San Martín había servido en su juventud temprana. Cuando comprendió que su vida la debía poner al servicio de la causa libertaria, comenzó una lucha donde sus enemigos no estarían solo frente a él, sino también detrás, en la retaguardia politiquera de su época, que también la tenía.
Por
estos días, como si el tiempo no hubiese pasado, el genuflexo
presidente argentino tiene, frente al representante del mismo reino
colonizador de entonces, actitudes de similares cataduras
antipatrióticas que las de quienes socavaban el camino de San Martín
para impedir la emancipación que él pretendía consumar con sus
batallas, que no eran solo militares.
Digno descendiente de “los Rivadavias” de entonces, perseguidores de opositores a sus intereses mezquinos, el actual ocupante de la Rosada repite modos y sometimientos para asegurar los beneficios a los amos extranjeros, sin descuidar los suyos y los de sus socios “off-shore”. Para lograrlo, no escatima sumisiones discursivas y ofrecimientos de beneficios inauditos a esos deseados inversores que nunca llegarán.
Pero la frutilla de ese postre de la miserabilidad antinacional, fue el desfile de los Granaderos, los descendientes de aquel originario cuerpo de combate creado por nuestro Libertador para pelear contra los invasores de entonces, rindiendo “homenaje” al visitante español portando las mismas banderas rojas y amarillas del enemigo de aquellos tiempos.
Cayendo lo más abajo posible por el precipicio de la inmoralidad, la vergüenza termina atravesando justamente al último símbolo popular de un ejército que supo de las peores degradaciones impulsadas por doctrinas que sirvieron para la muerte y desaparición de miles de compatriotas.
Aquello que San Martín soñó, lo que Belgrano (otro perseguido del Poder) plasmó frente al Paraná, este mequetrefe de la política y sus adláteres lo tiran alegremente por la borda de un barco que conduce, inexorablemente, hacia el naufragio material y moral.
Tal vez solo nos quede parafrasear la letra de la marcha que conmemora el bautismo de fuego de los originarios valientes granaderos y su jefe eterno, para decir ahora: … Y nuestros granaderos, aliados de la deshonra, inscriben en la historia, su página peor.
Digno descendiente de “los Rivadavias” de entonces, perseguidores de opositores a sus intereses mezquinos, el actual ocupante de la Rosada repite modos y sometimientos para asegurar los beneficios a los amos extranjeros, sin descuidar los suyos y los de sus socios “off-shore”. Para lograrlo, no escatima sumisiones discursivas y ofrecimientos de beneficios inauditos a esos deseados inversores que nunca llegarán.
Pero la frutilla de ese postre de la miserabilidad antinacional, fue el desfile de los Granaderos, los descendientes de aquel originario cuerpo de combate creado por nuestro Libertador para pelear contra los invasores de entonces, rindiendo “homenaje” al visitante español portando las mismas banderas rojas y amarillas del enemigo de aquellos tiempos.
Cayendo lo más abajo posible por el precipicio de la inmoralidad, la vergüenza termina atravesando justamente al último símbolo popular de un ejército que supo de las peores degradaciones impulsadas por doctrinas que sirvieron para la muerte y desaparición de miles de compatriotas.
Aquello que San Martín soñó, lo que Belgrano (otro perseguido del Poder) plasmó frente al Paraná, este mequetrefe de la política y sus adláteres lo tiran alegremente por la borda de un barco que conduce, inexorablemente, hacia el naufragio material y moral.
Tal vez solo nos quede parafrasear la letra de la marcha que conmemora el bautismo de fuego de los originarios valientes granaderos y su jefe eterno, para decir ahora: … Y nuestros granaderos, aliados de la deshonra, inscriben en la historia, su página peor.
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