Imagen de "El Orden Mundial" |
Quien
más, quien menos, todos conocen el viejo videojuego denominado
Pac-Man, donde el “protagonista” del entretenimiento recorre un
laberinto “comiendo” lo que encuentra a su paso, tratando de
llegar a la meta, momento en el cual pasa a otro nivel, donde
continuará su camino de glotonería casi inacabable. Durante esa
sucesión de pantallas, van apareciendo enemigos, unos “fantasmas”
que tratan de capturarlo para impedir la continuidad de su voraz
labor.
Al igual que en el juego, nuestra sociedad ha entrado en ese laberinto, no ya como el glotón protagonista sino como los “puntos” que aquel se traga a su paso. Observamos, casi impasibles, como se van devorando cada uno de nuestros derechos, convertidos en simple mercancía por la avaricia insaciable del monstruo neoliberal.
Al igual que en el juego, nuestra sociedad ha entrado en ese laberinto, no ya como el glotón protagonista sino como los “puntos” que aquel se traga a su paso. Observamos, casi impasibles, como se van devorando cada uno de nuestros derechos, convertidos en simple mercancía por la avaricia insaciable del monstruo neoliberal.
Se
acercan cada vez más a la meta del arrasamiento final, tratando de
eliminar los “fantasmas” del pasado reciente de la memoria de los
vulnerables ciudadanos, tan ocupados en sobrevivir en medio del
delirio tarifario y el festival de deudas impagables, mientras
reaparecen otros fantasmagóricos personajes, creados por ellos
mismos para la tarea sucia de eliminar los vestigios de la dignidad
ideológica de sus enemigos de clase.
Su
herramienta fundamental ha sido y es la comunicacional. Y para ella
vale utilizar el término con el cual se conoció en España al juego
del Pac-Man: “Comecocos”. Porque de eso se trata, de “comer”
nuestros “cocos” con las pantallas que vomitan falsías las 24
horas, incitando a la población a odiar sin base en la realidad, a
demonizar sin sustento a hombres y mujeres que no comulgan con sus
pestilentes ideas de dominación sin límites.
La
destrucción es su sistema. La desaparición de toda huella que
remita a soñar con mejores vidas, con felicidades que solo son las
de ellos, los ladrones del porvenir sustraído de cada uno de los
habitantes para sustentar el único fin que parecen tener: la
acumulación de fortunas. Y del poder que les posibilite
re-alimentarlas, en un círculo vicioso que pareciera no pudiera
abrirse ya nunca más.
El
Pac-Man sucio de la dominación se ha extendido por toda Nuestra
América, deglutiendo Gobiernos populares con métodos dictados por
el dueño de todos los juegos, el fabricante de cada una de las
desgracias que siembran de terror el Mundo. Los serviles locales
sirven para apretar los gatillos de las armas cargadas por un Imperio
decadente pero feroz, capaz de terminar con la vida del Planeta para
satisfacer sus miserables objetivos.
Se
dice, comunmente, que de los laberintos se sale por arriba. Verdad de
perogrullo que comulga con otra, la que deriva del sentido más común
de la unidad de los atacados que, al agruparse, se hacen tan grandes
que resulta imposible ser “comidos” por los asesinos amarillos
disfrazados de “buenos muchachos”, mediocres funcionarios del
Poder Real, verdaderos payasos de un instante nefasto de la historia
que, tan porfiada como siempre, acabará con este maldito “juego”,
apretando las teclas de la liberación y la justicia social.
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