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La
cuestión del árbol y el bosque sigue funcionando de maravillas para
el Poder. Sus “grupos de tareas” discursivos y mediáticos
continúan triunfando por goleada ante la ¿ingenuidad? de casi todos
los ¿opositores? Escenas preparadas por los duranbarbistas, son
representadas al milímetro por esa especie de actores de la
politiquería barata, verdaderas “estrellas” de la mentira
organizada, mientras una especie de claque gritona solo atina a hacer
lo que ellos esperan que hagan.
Las
interpelaciones suelen ser verdaderas farsas programadas, destinadas
a liberar presiones de una “olla” que siempre se destapa muy
poco, solo lo suficiente para evitar que escapen las verdades que
pudieran terminar con tanta impunidad. Un ministro va, sonríe con
descaro, miente con malicia, provoca con deleite estipulado y termina
por decidir de qué y cuanto se habla, sin importar el origen de la
convocatoria y el fin de lo que debiera ser un acto de sometimiento a
la constitucional manera de saber lo que pasa, pero de verdad.
Entonces
uno mira con lógica frustración ciudadana semejante ejercicio de
estas marionetas de los dueños de todo, convertido en pálida
muestra de esa idealizada “democracia”, método sencillo de
dominación expuesto con descaro ante la pasividad de las mayorías
absortas ante las pantallas idiotizantes, que solo terminan
repitiendo el ridículo credo pagano del “son todos iguales”.
Mientras
este circo atendido por sus propios dueños nos distrae con comedias
del absurdo, el regreso al pasado se verifica con la reaparición del
trueque de miserias por miserias. La pobreza gana espacios a costa de
la apabullante pasividad de sus víctimas, más preocupadas en seguir
gritando odios inyectados con vacunas antipopulistas, en tanto se
cierran escuelas y se abren comedores, se clausuran fábricas y se
inauguran importadoras, se acaban con los cultivos y se importan
alimentos, quiebran los comercios y se fortalecen los bancos.
El
río revuelto de nuestra sociedad le está dejando pingües ganancias
a los pescadores de poder. Sin vergüenza alguna, hunden sus redes en
el mar de la desidia y la ignorancia programada, extrayéndole las
riquezas a quienes ya casi nada tienen para fortalecer sus sucias
cuentas en las guaridas fiscales de lejanos “paraísos”,
justificadas con fruición por estos apasionados actorzuelos de
banales representaciones pseudo-democráticas, en interpelaciones que
terminan cuestionando a los interpeladores.
Y
quienes debieran ser nuestros abogados defensores en el juicio
permanente al que nos someten cada día, apenas si ven más allá de
sus narices, que parecen nunca sentir el más que fétido aroma de la
muerte de una sociedad conducida al embruteciento y la desesperanza
por esta comparsa triste y desahuciante, cuyo perverso líder
balbucea, cada tanto, alguna frase digna del “Planeta de los
simios” al que nos guía.
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