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Curiosamente,
algunos de quienes, aquí en Argentina, ponen permanentes dudas sobre
la honestidad de Néstor y Cristina, alaban al líder brasileño
encarcelado en base a una decisión política de los facistas que se
apoderaron de la estructura gubernamental de esa Nación. Hacen
malabares para separar ideológicamente a los gobiernos populares que
nacieron en los albores de este siglo en Nuestra América, tratando
de mostrar afinidad con Lula y defenestrando a los demás líderes
del famoso “cambio de época”, como alguna vez sentenció Correa.
Mientras
tanto, desde un sector de la autodenominada “izquierda”,
acostumbrados a vivir de la negación permanente como método para
hacerse notar, son más tajantes en sus definiciones, pretendiendo
mostrar a Lula y todos los demás Presidentes populares como
cómplices corruptos del Poder, como enemigos del Pueblo, como
simples engranajes de la continuidad capitalista en contra de los
trabajadores.
Están
también aquellos que no están ni con unos ni con los otros,
impolutos personajes que hablan desde alturas intelectuales
pretendidamente inaccesibles, agentes de lo antipolítico llevado al
extremo de la sinrazón, tratando de destruir cualquier mínima
aceptación de los éxitos de los proyectos “populistas”,
degradando hasta la condición humana de sus representantes,
aseverando lo que no pueden demostrar y afirmando lo que jamás se
hizo como cierto.
El
plan de los poderosos está resultando. Con la impagable (pero bien
paga) colaboración mediática, han logrado lo que nunca en otros
tiempos históricos, esta vez con la rapidez que la tecnología
comunicacional actual les posibilita. En el fondo, nada ha variado
respecto a lo hecho en otras épocas de restauración conservadora,
pero llama la atención el nivel actual de estupidización de las
mayorías, capaces de votar a sus enemigos para sentirse parte de lo
que nunca serán.
Es
que si hay una deuda de estos años de felicidades palpables, de
derechos renovados, de inclusiones con futuros de desarrollo social
justo, es la de no haber creado las condiciones para la
concientización mayoritaria en base al entendimiento de la realidad
y sus necesidades organizativas para la defensa de lo conquistado.
Todo
lo que se intentó fue siendo minado por los enemigos, enquistados en
la estructura económica y también en el Estado. Florecieron los
“topos” y los “internistas”, infiltraciones de odios
preparados para saltar a la yugular del Pueblo, empoderado pero
desorganizado. Con la tenacidad propia de los diferentes, de los
elegidos por la historia, los líderes pudieron hacer más de lo que
el Poder podía imaginarse, pero no bastó.
Sin
ser lo único, lo comunicacional brilló por la ausencia de planes
alternativos a los de la simple creación de leyes que se
empantanaron en los barros jurídicos, la otra pata fundamental de la
que se sirvieron los enemigos para acabar con las experiencias
populares. Poderes judiciales conformados por los más auténticos
representantes de la oligarquías de cada uno de nuestros países,
fueron destruyendo desde adentro de las estructuras estatales los
avances que se iban realizando.
Pero
los tiempos del llanto han terminado. Las horas de los lamentos deben
finalizar. Es momento de la reorganización, es cuando los
esclarecidos deben tomar las riendas del carro de las verdades
escamoteadas, arrojadas al escarnio televisado de las falsedades. Se
deben apurar las unidades de los Pueblos, abandonando los prejuicios
miserables, pero con la sagacidad de separar la paja del trigo,
porque los desleales de antes intentarán colarse, otra vez, en el
tren de la esperanza al que, tal vez, podamos permitirles subirse al
estribo del último vagón, haciendo de la desconfianza una
herramienta de la preservación ante las enormes luchas que se
vienen.
Las
desventajas deberán suplirse con imaginación. La falta de medios
con creatividad. La memoria deberá ser el alimento que otorgue
fuerzas para controlar el mando de este renovado tren de la justicia.
De la social y de la otra. Porque nunca más se deberá perdonar a
los hacedores de las desgracias más atroces, del hambre y la
derrota, de la muerte temprana de los que nunca alcanzan sus
destinos, robados con placer por los infames que jamás han pagado
por sus desmanes y traiciones.
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