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Paradójica
realidad la del fútbol, donde el sufrimiento parece formar parte
indisoluble de la felicidad del triunfo. Dramática expresión de
deseos cruzados con dudas, teñidas por bravuconadas de soberbias que
solo sirven para tapar los miedos de la posible derrota, este
deporte, en tanto expresión cultural de nuestro pueblo, encierra la
idiosincracia que nos constituye.
No
hay casualidad, por ejemplo, en la aparición de los grandes
gambeteadores en nuestro País. Todos estamos obligados a ser
burladores de las zancadillas a nuestro progreso, que han sido
siempre la expresión de la otra cultura nacional, la del engaño
fraudulento.
También,
como frente a la clasificación a un Mundial, todos los días
sufrimos ante lo que se nos presenta como el “partido de la vida”,
donde sobrevivir termina siendo el premio, para volver a intentar
después otro triunfo, siempre mayor, siempre el que de verdad vale.
Pero, igual que en una final, jueces “bomberos” nos agregan
minutos extras a un tiempo que parece que jamás termina.
Nos
sentimos genios de la gambeta y los buenos goles, pero nos cuesta
compactarnos en un equipo que resulte demoledor con sus adversarios.
Cuando lo hacemos, ahí estará siempre al frente un líder, un
conductor, alguien que con su capacidad superior nos marque el camino
y nos lleve al triunfo.
Pero
allí estarán, también, los enemigos internos que intentarán minar
el desarrollo del buen juego, con mentirosas maniobras que desplacen
a los líderes de la buena consideración de las mayorías. Apuestan
a perder, para no permitir que esos conductores perduren en el
comando de las acciones prodigiosas que nos eleven a categorías
superiores.
Envidia,
odio, desprecio, miedo. Son los alimentos de esa raza de
especuladores que destruye la realidad y genera fantasías que hagan
posible la adhesión de los desprevenidos. Desplazados los mejores de
sus funciones de líderes, impulsarán el reemplazo por figurones
inútiles para ganar, pero ideales para ser parte de un juego sucio
que les asegure beneficios, aún haciendo goles en contra.
Así
seguiremos jugando, pobremente, sin rabonas ni goles. Hasta que,
cansados de tanta miseria especuladora, de tanto robo de felicidad
ganadora, nos demos cuenta que tendremos que volver a las fuentes de
la gambeta prodigiosa y el liderazgo justo del mejor conductor. O,
por qué no, de la mejor conductora...
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