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Según
los últimos números expuestos por el (ahora alabado y antes
defenestrado) Indec, se registró una baja en el índice de pobreza.
Las cifras del 2016 habian sido infladas, al igual que se lo hizo con
las del 2015, por la “sutil” utilización de una metodología
falseadora de la realidad por parte de mediciones privadas. Sin
embargo, los valores sobre la indigencia, la extrema pobreza, la que
no permite ni siquiera alcanzar a cubrir las necesidades
alimenticias, no ha podido ser ocultada ni con las clásicas
maniobras distractivas de estos estadísticos oficiales.
La
realidad doliente de la miseria estalla ahora con cifras en la cara
de la sociedad pero, contrariamente a lo que uno pudiera imaginar, no
existe una reacción equivalente a tanta inmoralidad.
Por
el contrario, ante el apriete del acelerador hambreador del gobierno
nacional, la mayoría de la población prefirió ignorar sus
resultados, postergar sus análisis y aceptar las ideas de futuros
prósperos, otorgándole más tiempo para profundizar los resultados
que ya se vislumbran con estos números de la miseria en aumento.
El
viejo cuento de sufrir ahora para gozar despues, ha sido impuesto
nuevamente. El concepto más humanitario, más solidario, de una
distribución equitativa de las riquezas generadas por toda la
población, ha sido congelado. Parece “de modé” hablar de
igualdad de oportunidades. Parece ridículo pretender crear
condiciones de inclusión social hacia quienes menos tienen.
“¡Que
se arreglen!”, gritan desaforados los pretendidos “nuevos ricos”,
esos miserables de espíritu con un poco más de fortuna, hasta que
el Poder ya no los necesite. “Están así porque quieren”, dicen
estos inútiles mentales, creyéndose intelectuales de la pobreza,
analistas obscenos de sus vecinos desarrapados.
Pero
la miseria es como un tren, que sigue subiendo pasajeros en las
estaciones de las fábricas cerradas y los comercios de persianas
caídas. Lo arrastra una poderosa máquina de destrucción masiva,
cuyo combustible es la brutalidad desesperante del hambre.
Cuando
sus vagones estén tan abarrotados de indigentes que la locomotora de
las mentiras ya no pueda arrastrarlo, despues de haber matado las
ilusiones de los inocentes y alimentado los odios de los ignorantes,
solo los propios pasajeros de este tren imaginario podrán
reconstruir el horizonte de justicia social que tantas veces se
intentó alcanzar, para emerger sobre las cenizas de una Nación
aplastada por estos perversos “pastores” del diabólico
“evangelio” de la miseria.
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