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Mientras
resuenan todavía los ecos de las elecciones, mientras se siguen
elucubrando probables alianzas o componendas entre los electos,
mientras aumenta la nafta y nos preparamos para recibir (con alegría)
los del transporte, el gas, la electricidad y tantos otros, una
mujer, casi abandonada a la suerte que decida su “captor”, sigue
transitando sus interminables horas de cautiverio con la misma
incertidumbre sobre su futuro que desde hace dos años.
Milagro,
la infamada, la sometida, la ultrajada, continúa presa y sin
condena. Contrariando los más elementales derechos que le asisten a
cualquier ciudadano en su condición, no le permiten ni siquiera ser
asistida por sus dolencias físicas y psíquicas, todas producto de
la perversa acción mancomunada del servicio penitenciario y del
“guapo de ferretería” que comanda Jujuy.
Allí,
la malicia es insuperable. El torturador mayor es su gobernador,
autoeximido de deberes y apoderado de todas las instancias
judiciales, con pariente o amigos que actúan bajo su mandato, sin
otro objetivo que terminar con la vida y el “peligroso” ejemplo
de Milagro.
Nada
de esto sería posible sin la anuencia de la sociedad. Los que
siempre miran sin ver, aceptan gustosos las maquinaciones de ese
poder omnímodo, por odio racial y desprecio social. Gozan con los
dolores de esa mujer abandonada en una celda como si fuera su peor
enemiga.
Hipnotizados
por las campañas payasescas del inmoral gobernador a través de los
medios hegemónicos, creen haber descubierto una peligrosa
“comandante terrorista” a la que hay que aislar de los “sanos”
miembros de su hipócrita sociedad y, como si fuera poco, terminan
votando mayoritariamente a esos mismos torturadores disfrazados de
políticos decentes.
Es
la forma que tiene allí la desaparición de personas, a través del
peor de los métodos: el olvido. Milagro está olvidada por el Pueblo
al que le brindó todo su esfuerzo de vida. Milagro no es nadie ya,
solo una colla, una “india sucia” (como ellos la llaman) que
quiso un día demostrar que se podía cambiar la triste vida de su
gente.
Su
rescate es, más que nunca, la condición indispensable para sentir
que todavía queda algo de humano en nosotros. Es el único método
para recuperar el sentido de una democracia que en Jujuy ya no
existe, transformada en un simple feudo de un oscuro sirviente del
Poder.
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