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Supongamos
que usted conduce una empresa exitosa, que produce mucho y bien, que
crece y se expande, con la mayoría de los trabajadores felices con
los avances económicos que han logrado, porque usted ha tenido la
previsión de distribuir equitativamente los resultados de su
gestión. Tienen buena atención de la salud, capacitaciones
gratuitas y descansos anuales en los lugares que deseen.
Sin
embargo, otras empresas, también exitosas, comienzan a difundir
informaciones falsas: que no produce ni vende en la cantidad que
dice, que no le paga a sus trabajadores lo que debe o que no les
brinda beneficios sociales. Para lograr que la mayoría de sus
trabajadores crean en esos infundios, pagan costosas campañas
publicitarias.
Con
perseverancia china, logran instalar las dudas entre los integrantes
de su empresa. Convierten las certezas de lo que viven a diario, en
relatos fantasiosos de futuros tremendistas si la conducción de su
empresa no cambia de rumbo. Hasta llegan a convencerlos de estar
recibiendo demasiado por hacer sus trabajos.
El
directorio de su empresa también es influído por esas diatribas,
pero no ya con dudas, sino con billetes. En la siguiente reunión,
los prebendarios romperán la armonía basada en la realidad y se
instalará una necesidad inventada para correrlo a usted de la
conducción.
Cuando
lo logran, usted se sorprenderá al ver a los mismos trabajadores que
ayudó a crecer, aplaudiendo a los nuevos dirigentes, que les
prometen enormes beneficios, pero siempre después que reconstruyan
lo que, aseguran, usted destruyó. Serán sacrificios imprescindibles
para que la empresa siga en pié, les dicen.
Usted
se va, pero los nuevos conductores lo denunciarán ante tribunales
que, previamente, habrán visitado con valijas llenas de regalos.
Usted se presentará, creyendo en la justicia, pero nada de eso
existirá. Lo perseguirán con decenas de maniobras leguleyas, de
manera de evitar que pueda volver a conducir la empresa.
Al
poco tiempo, los trabajadores verán el resultado de sus inútiles
esperas de beneficios, que no llegarán jamás. Las promesas vacías
se llenarán de broncas incontenibles, pero el daño ya estará
hecho. La empresa estará en bancarrota, mientras los inmorales que
se la apoderaron gozarán de mayores riquezas.
Ahora,
la reconstrucción llevará mayores sacrificios que en el primer
comienzo, por haber tirado por la borda los avances que, entre todos,
habían construído. La deuda y la imagen negativa dejada,
comprimirán las posibilidades de desarrollo. Y usted no tendrá más
remedio que volver a ponerse al frente de su empresa mientras,
paradojicamente, los ladrones siguen gritando que la culpa es de
usted, que se robó todo.
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