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Dejando
de lado la complejidad filosófica de la palabra “realidad”, lo
cierto es que, esencialmente, se define con ella a lo que
registramos con nuestros sentidos. Pero también podemos considerar
como realidad lo que percibimos que lo es, mediante nuestra
interpretación de lo que sucede, tamizado por lo ideológico, ese
intrínseco conjunto de pensamientos que conforman nuestra identidad
comprensiva de lo real, histórico, social y, en general, todo lo
derivado de la acción humana.
Esta
aclaración vale más todavía para abordar con precisión los
sucesos políticos. Los de acá y los de más allá. Y también para
poder ver las interrelaciones que existan entre ellos, a partir de
las repercusiones o derivaciones que se puedan establecer de los
hechos.
El
caso de Venezuela es de imprescindible abordaje para establecer,
justamente, las relaciones entre los sucesos de aquel País hermano
con nuestra realidad nacional y con la del resto del Mundo. Sobre
todo ahora, cuando en sus últimas elecciones a gobernadores, los
resultados fueron sorprendentes para el imperio y sus sirvientes
locales.
Fue
una victoria aplastante del Pueblo venezolano, nutrido del mil veces
denostado pensamiento de Chávez. Fue una gesta trascendente para la
vida interna de aquel País, pero también una lección para todos
nosotros. Porque Venezuela estuvo atravesada por una violencia creada
exprofeso para tumbar a su gobierno legítimo, generando
incertidumbre hacia un futuro cargado de amenazas del “Pato Donald”
y su troupe de chupamedias continentales.
Ahí
está, entonces, esa realidad que mencionamos antes, transida por
nuestra ideología, sí, pero sostenida por los hechos relevantes que
son tan innegables como la Luna y el Sol. Pero, claro, está aquello
de que “no hay peor ciego que quien no quiere ver”. Entonces
entramos en otra dimensión, la de la mentira a sabiendas, la de la
falsía autoinfringida, como base para mantener posiciones
intransigentes derivadas de la obcecación y el engaño.
Y,
entonces, se niega el resultado comprobado por propios y extraños. Y
se oscurece un acto de suprema democracia, con el vil veneno de la
duda, inyectada en los débiles de espíritu y los malos de corazón.
Porque la fiesta popular debe ser evitada a toda costa y la verdad
debe morir rápido, para recomenzar la sucia tarea de la destrucción
de los sueños de libertad.
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