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Las huellas son como heridas que
nunca terminan de cicatrizar con el paso del tiempo. Son rastros de
un pasado que nos invita a descubrir su origen. Son vestigios de
sucesos que impactaron hace mucho, pero que continúan produciendo
emociones en las generaciones que no los vivieron. Son recuerdos y
sensaciones que se reproducen por la importancia que aún tienen en
nuestros presentes.
Se tiende a pensar que esas
marcas en la historia son solo dejadas por las grandes
personalidades, destacados espíritus superiores que representan a su
época. Pero, si bien esto no deja de ser cierto, tampoco deja de
serlo el hecho que esas figuras no serían nada, sin la existencia de
quienes sustentan la razón de sus apariciones y provocan la
generación de nuevos idearios.
Los verdaderos trazadores de las
huellas son los pueblos. Esos que, al decir de Eduardo Galeano, son
los nadies, los olvidados, los expulsados de la sociedad “decente”.
Los que cada día construyen sin que se los vea. Los que no saben de
calmantes para sus dolores ni abrigo para sus frios. Los que se
reproducen por amor a una vida que no viven, trayendo al Mundo a
nuevos nadies que padecerán los mismos o peores dramas.
Hace más de siete décadas, esos
nadies oprimidos empezaron a comprender las razones de su mala
existencia. Y cuando se miraron entre sí, comprendieron que eran
muchos más, que si se lo proponían, podrían cambiar la miseria
diaria por la esperanza de una realidad diferente, para dejar de ser
los nadies. Entonces, se convirtieron en Pueblo.
Ahí es cuando una nueva huella
comenzó a marcarse, con el empuje de ese Pueblo y la aparición de
excepcionales individuos que surgieron por necesidad histórica, con
la voluntad y el conocimiento que les otorgaron el imprescindible
liderazgo para conducir la construcción del nuevo tiempo que sus
mandantes necesitaban.
Los nadies actuales son los
herederos de aquellos que un día decidieron pisar de manera
diferente el suelo de una Patria que no los reconocía como hijos. Al
igual que ellos, ahora también deberán liberar sus espíritus
hostigados por las mentiras y acuciados por la miseria, para
convertirse en los nuevos “cabecitas negras”, capaces de
atravesar los ríos de odios que nunca se fueron y abrevar en la
epopeya de aquel octubre inolvidable, para volver a caminar por la
vieja y aplastada huella de la justicia social.
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