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¿Es
incurable la imbecilidad? ¿Es posible convertir a los necios en
inteligentes? Buenas preguntas en épocas donde, algunos de estos
especímenes, están en sus mejores momentos y han adquirido poder
suficiente para decidir sobre nuestras vidas.Está
claro que la entronización de estos cretinos en puestos de comando
del aparato estatal no la realizan otros imbéciles, sino muy
inteligentes personajes de eso que denominamos “Poder Real”,
verdaderos artífices del aplastamiento de nuestra voluntad soportado
desde siempre.
De
todas maneras, no todos los imbéciles se quedan solo en la necedad.
Algunos mutan hacia la perversión, desde donde aplican medidas que
destruyen hasta las más profundas raíces de la construcción social
solidaria.
Uno
de los ejemplos más claros es en la salud, donde engendran programas
de pomposos títulos y profundas negaciones de la vida, desatendiendo
a los hospitales, desvalijando al PAMI, abandonando a su suerte a
millones de empobrecidos que solo podrán optar entre comprar
alimentos o medicamentos.
Otro
caso similar es la educación, donde los avances privatizadores son
precedidos por los recortes presupuestarios disfrazados de “escuelas
del futuro”, vaciadas de contenido y de dinero, convertidas en
engranajes de la maquinaria productora de mano de obra barata para
profundizar la grieta que tanto niegan.
No
se quedan solo en lo material. El concepto mismo de educación trata
de ser reconvertido, partiendo de la negación de derechos. Docentes
y alumnos son maltratados como nunca, con amenazas y
estigmatizaciones que los alejen del resto de la sociedad, receptora
pasiva de las falacias de los medios fabricantes de idiotas útiles.
Nada
es casual en estos desmanes. La construcción de una sociedad
ignorante y estupidizada es su objetivo. Una sociedad tratada como
simple montón de papanatas, incapaces de discernir entre realidad y
ficción, es el caldo de cultivo ideal para profundizar la
dominación.
Hacia
allí vamos, arreados como manso ganado al matadero de la brutalidad.
Por eso la necesidad insoslayable de defender la escuela y la salud
pública, últimos reductos de una equidad social que los propios
perjudicados boicotean, a instancias de las “órdenes”
mediáticas. Salvarlos de la destrucción definitiva que pretende el
Poder, tal vez pueda significar el principio del fin de la
idiotización general, primer escalón para subir al cada vez más
elevado piso de los derechos perdidos.
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