Cuando
en nombre de miserables objetivos sectoriales y profundos desprecios
por los otros, cuando el odio llega al punto de sentir placer por el
mal ajeno, estamos ante una situación degradante de la condición
humana de la que resulta muy difícil volver. Cuando se brinda por la
desgracia de otros, cuando se cree haberle ganado a un rival
ideológico aplastándole la posibilidad de defensa o empujándolo al
abismo de la burla social, es cuando un político deja de serlo para
pasar a ser un simple “barra brava” disfrazado de funcionario.
La
sociedad, veleidosa como nada en este mundo, se apura a acompañar
esas degradaciones morales, pretendiendo ser parte del conjunto de
los poderosos y sus lacayos engreídos. Participan de los oprobios
hacia quienes ni siquiera conocen. Gozan con sus muertes virtuales,
dictaminadas por los amos televisivos que guían sus acciones.
Los
pretendidos sabiondos “izquierdosos”, siempre detrás de las
migajas de un poder por el que jamás son capaces de luchar de
verdad, aprovechan los segundos de fama de pantalla para despotricar
contra los enemigos de sus enemigos, ahora devenidos en socios
necesarios en sus derrotero repugnante de vacuidades ideológicas en
pos de una pobre banca de diputado.
Los
animadores de programuchos de entretenimientos para simios no
pensantes, con pretensiones de periodistas o politólogos,
desparraman sus verbas exaltadas para sostener a quienes les dan de
comer el caviar de cada día, insultando y hundiendo en el lodo de
las mentiras a los enemigos del Poder, aparentes causantes de todos
los males que padecemos.
La
realidad es una fantasía permanente, es el proscenio de una comedia
mortal, donde las víctimas ríen junto a sus verdugos, gozando la
muerte que (todavía) no es la suya, bebiendo el champagne de la
victoria pírrica que lo llevará al cadalso seguro de la degradación
humana.
Saltimbanquis
politiqueros les soplarán al oido los nombres de los futuros
objetivos a aplastar con falacias programadas por pensadores
imperiales, los mismos que preparan sus futuros de pobrezas extremas
y olvidos históricos.
En
nombre de felicidades que no conocerán jamás, hombres y mujeres sin
otros destinos que ser carne de cañón, empujarán el carro de las
mentiras hasta el mismo precipicio ante el cual estuvieron tantas
veces. Y amnésicos y enceguecidos por los fabricantes de los odios,
se dejarán caer, por enésima vez, para terminar despertando al lado
de quienes ayudaron a destruir.
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