jueves, 26 de octubre de 2017

LA SUCIA FELICIDAD DE LA DESGRACIA AJENA

Por Roberto Marra

Cuando en nombre de miserables objetivos sectoriales y profundos desprecios por los otros, cuando el odio llega al punto de sentir placer por el mal ajeno, estamos ante una situación degradante de la condición humana de la que resulta muy difícil volver. Cuando se brinda por la desgracia de otros, cuando se cree haberle ganado a un rival ideológico aplastándole la posibilidad de defensa o empujándolo al abismo de la burla social, es cuando un político deja de serlo para pasar a ser un simple “barra brava” disfrazado de funcionario.
La sociedad, veleidosa como nada en este mundo, se apura a acompañar esas degradaciones morales, pretendiendo ser parte del conjunto de los poderosos y sus lacayos engreídos. Participan de los oprobios hacia quienes ni siquiera conocen. Gozan con sus muertes virtuales, dictaminadas por los amos televisivos que guían sus acciones.
Los pretendidos sabiondos “izquierdosos”, siempre detrás de las migajas de un poder por el que jamás son capaces de luchar de verdad, aprovechan los segundos de fama de pantalla para despotricar contra los enemigos de sus enemigos, ahora devenidos en socios necesarios en sus derrotero repugnante de vacuidades ideológicas en pos de una pobre banca de diputado.
Los animadores de programuchos de entretenimientos para simios no pensantes, con pretensiones de periodistas o politólogos, desparraman sus verbas exaltadas para sostener a quienes les dan de comer el caviar de cada día, insultando y hundiendo en el lodo de las mentiras a los enemigos del Poder, aparentes causantes de todos los males que padecemos.
La realidad es una fantasía permanente, es el proscenio de una comedia mortal, donde las víctimas ríen junto a sus verdugos, gozando la muerte que (todavía) no es la suya, bebiendo el champagne de la victoria pírrica que lo llevará al cadalso seguro de la degradación humana.
Saltimbanquis politiqueros les soplarán al oido los nombres de los futuros objetivos a aplastar con falacias programadas por pensadores imperiales, los mismos que preparan sus futuros de pobrezas extremas y olvidos históricos.
En nombre de felicidades que no conocerán jamás, hombres y mujeres sin otros destinos que ser carne de cañón, empujarán el carro de las mentiras hasta el mismo precipicio ante el cual estuvieron tantas veces. Y amnésicos y enceguecidos por los fabricantes de los odios, se dejarán caer, por enésima vez, para terminar despertando al lado de quienes ayudaron a destruir.

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