domingo, 20 de julio de 2025

PRIVATIZACIÓN... DE LA PATRIA

Por Roberto Marra

Privatizar parece ser el máximo placer de los dioses del ocaso nacional. Cada acto dirigido en esa dirección, impone un descenso hacia ese enorme agujero de la injusticia social que fabrican a medida de lo que requieren las corporaciones que de verdad mandan. Todo es entregable a los dueños del Poder Real, todo es vendible a precios de risa, todo es posible de enajenar para un fantasioso futuro, tan lejano en sus intereses como en sus ganas. Los máximos factores para generar el desarrollo, tierra, agua, energía y comunicaciones, son entregados con deleite, con pasión homicida de lo nacional, con desprecio absoluto de la historia, con disfrute obsceno de sus ambiciones infinitas.

No lo hacen solamente los integrantes de esa horripilante sarta de genocidas sociales que se apoderaron del Estado para anular derechos y empujar al infra-desarrollo a la Nación. Los acompañan los traidores de lo que nos acostumbramos a denominar “nacional y popular”, que cada vez parecen más alejados de la ideología y la doctrina que le diera origen. Una mimetización con los enemigos del Pueblo que desarma las herramientas políticas para como dar vuelta semejante despropósito.

Ahora están por completar otra obra del desatino antinacional: la entrega casi absoluta del manejo del agua a una empresa israelí llamada Mekorot, cuya llegada a nuestro País gestionó quien fuera ministro del interior, Wado de Pedro, supuesto representante del peronismo. Junto a él, diez provincias acompañaron su delirio entreguista de semejante factor esencial para la vida y el desarrollo. Todo con una visión miserable de una concepción de Nación independiente, con una mirada economicista sin correlación con los intereses sociales, con nula consideración de la soberanía como base de cualquier acción política.

Nada importa, a la hora de servir a los poderosos para los cuales, de verdad, destinan sus esfuerzos cotidianos estos perejiles de la historia, sumatoria de inutilidades sin otro destino que el olvido. Banderas rendidas ante el imperio y su máximo secuaz en Asia occidental, cabezas gachas ante el genocida pseudo-estado inventado hace casi ochenta años por los pretendidos amos del Planeta. Brutalidad manifiesta de dirigentes falsificadores de los legados de tantas luchas populares, aplastadas por sus pisoteos de la soberanía al servicio de los poderosos que les permiten gobernar sólo cuando no lesionan sus intereses.

La destrucción de la Patria se está desarrollando ante nosotros con pasmosa violencia institucional. El abandono de las virtudes políticas esenciales no parecen hacer mella entre los partícipes del festín de inequidades que favorecen con sus actos degradantes de la doctrina que no honran desde hace rato.

El futuro se está pareciendo, cada vez más, en un lugar de imposible sobrevivencia, una especie de distopía farandulesca construida por y para sus beneficiados, los mismos de siempre, los ejecutores de todas nuestras desgracias. Mientras quienes nos parecían los últimos reservorios de nuestros idearios, desfallecen ante los enemigos, se arrodillan frente a nuestros verdugos, y caminan sin pasión hacia el fin de la Patria, implosionada y vendida al peor postor.

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