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El chorizo, ese noble embutido que ameniza (o amenizaba) nuestros
asados domingueros, se ha convertido, por imperio de la intolerancia
gubernamental, en un modo de denostación hacia los concurrentes a las
manifestaciones populares. El choripán, la más auténtica comida rápida
argentina (ampliamente superior a cualquier hamburguesa yanqui, hay que
decirlo), es expuesto como soborno para promover la concurrencia a las marchas
de protestas.
Este sencillo y popular alimento se ha convertido en el
caballito de batalla de las hordas de señoras gordas participantes de las
manifestaciones de la elegancia chic, consumidoras solo de bocaditos de fino
caviar y sushi, por supuesto. El odio se transforma así, en cómica parodia, donde
carcamanes engreídos pretenden aplastar la realidad con ridículos mensajes de
desprecio clasista, disfrazado de honorabilidad.
Pero como no solo de pan (y chorizos) vive el hombre, la
forma de transporte también forma parte de estas mendacidades. Alquilar un
colectivo para llegar a los actos también es mostrado como parte del ritual
corrupto de las masas arrastradas por líderes inescrupulosos y venales. Un
mediático politiquero de doble apellido llegó incluso a decir que a cada
manifestante se le paga 500 pesos, además del transporte y la comida. Con lo
cual las manifestaciones de estos días habrían costado la friolera de ¡750
millones de pesos!
El payasesco discurso se aseguró antes, con el tableteo
mediático de que “se robaron todo”, simple frase de imposible verificación
real, pero de fácil y efectiva adhesión para los amplios sectores que buscan
verdades a medida de sus odios ideológicos.
Mucho más fácil que pensar, es repetir. De ahí la enorme cantidad de
adherentes ganados entre los permanentes
admiradores de las “clases altas”, que han dejado de lado los choripanes para
morder con desgano apasionado el sushi de la vergüenza moral a la que son
arrastrados.
Sin choripanes, ni colectivos, ni coca, ni vino, sin embargo
son algunos de esos sectores de la clase media quienes sí terminaron sobornados
por la maquinaria perversa de un Poder que, mientras tanto, se regodea en su
altar de corrupciones ocultas, con los manjares robados a las mayorías
empobrecidas, negándoles encima, el más simple de sus humeantes y grasosos derechos:
el chorizo.
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