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Mientras el mundo observa, embobado, esas pomposas fiestas yanquis
de entrega de premios cinematográficos, la verdadera cara de los pretendidos
dueños del Planeta espera agazapada, oculta tras las pantallas de esas felicidades
efímeras, la oportunidad para destrozar la vida de millones de personas, que
son las mismas que miran extasiadas los festines obscenos de los cómplices
culturales del dominio mundial.
Con idénticos libretos que las historias hollywoodenses,
renuevan sus vejaciones a los pueblos con andanadas de plomo y explosivos,
material que termina siendo más noble que sus espíritus vacíos y sus almas
inexistentes. El casting disfrazado de “elecciones libres”, que utilizan para
elegir sus líderes, entrega cada tanto una “figura estelar” que se parece
demasiado a los malos actores de los filmes de terror que tanto predicamento
han logrado.
Los libretos no varían demasiado, porque los libretistas
nunca cambian. No podrían hacerlo, porque son ellos los dueños de la industria
y los productores ejecutivos del inmundo oficio de matar personas y destruir
países enteros, siempre con el imaginario fin de salvar la humanidad de un
enemigo, que solo lo es, de ellos.
Las locaciones siempre son convenientemente lejanas. El
horror, desde lejos, parecerá siempre menor. Además, los efectos especiales
habrán de convertir la realidad sangrienta en espectáculos de humos y fuegos de
artificio, donde las personas, desde lejos, solo parecerán hormigas a las que
se hace imprescindible aplastar con las botas de la perversión invasora.
Después vienen los tiempos de la venta de la película del terror
mortal a todo el Mundo. Los distribuidores locales, siempre empeñados en contar
con la complacencia de sus patrones, harán lo imposible por repartir por el
territorio nacional las imágenes convincentes de las hazañas asesinas de los
salvadores mundiales, además de replicar, como buenos alumnos, esos cinematográficos
métodos sobre sus propios espectadores.
También acá hicieron su casting nacional para elegir un
director que, aunque con pocas luces, alcanza para aplicar las miserables
enseñanzas destructivas e irrazonables con las que están rodando la película de
sus sueños que, como ya se está revelando, será otra pesadilla para sus espectadores. Una película
que, para colmo, ya la vimos.
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