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Muchos argentinos se destacan por sus expresiones supuestamente
nacionalistas. Concurren a las fiestas patrias para comer empanadas y locro,
disfrazan a sus hijos de granaderos o bailan alguna zamba o chacarera en los
festivales de folclore veraniegos. “No hay País como el nuestro” gritan cada
vez que pueden.
Sin embargo, una más profunda observación podrá ofrecernos
otra verdad escondida tras esa cortina de patrioterismo fútil. Además de las
superficialidades de sus vestimentas con leyendas en idioma inglés, con
imágenes de la bandera yanqui o británica, estos prototípicos personajes de la
clase media argentina se desesperan por viajar a otros países donde puedan
comprar productos más baratos que en nuestro País.
Largas caravanas a Chile, por estos días, renuevan la
conocida historia consumista que el Poder sabe reconocer en nuestra sociedad,
otorgándoles a estos compradores compulsivos la base cambiaria para contribuir
a la destrucción de la industria nacional. Otra vez, como en los ’70 y los ’90,
miles de personas atraviesan las fronteras para comprar casi con desesperación,
como si fuera lo último que pudieran hacer en sus vidas.
Inútil será explicarles lo dañino de sus acciones. Más infructuoso
todavía hacerles entender las razones profundas por las cuales pueden acceder a
esas maniáticas compras. Alienados por la hipnosis televisiva permanente,
forman parte de la infantería que los poderosos logran adiestrar para respaldar
sus aviesas intenciones, que siempre empiezan por arrasar la industria local,
destruyendo el empleo y anulando el desarrollo científico y tecnológico propio.
Con sus baúles repletos, regresan a su “amada Argentina”,
esperando la lluvia inversionista que les permita recuperar sus enflaquecidas
billeteras y sus rojos bancarios. Más pronto que ligero, notarán que ninguna promesa
fue real. El futuro comenzará a teñirse de negro, sus pequeñas empresas
tambalearán, sus deudores ya no podrán pagarles y los bancos les negarán los
créditos.
Cuando alcancen a comprender sus tremendos errores, se
encontrarán otra vez golpeando los cristales de los bancos que les habrá
retenido sus fondos. Los amados dólares acumulados en los colchones
desaparecerán y los de los bancos huirán al exterior para nunca ser devueltos.
La rueda espiralada de la historia habrá dado entonces, otra
vuelta. Allí se encontrarán con sus menospreciados empleados y los odiados
“piqueteros”, volviendo al lugar donde comenzó sus vanas batallas por
convertirse en ricos. Y en sus baratos televisores comprados en Miami o Chile,
habrán de ver, como en un espejo, sus propias decadencias materiales y morales.
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