martes, 11 de abril de 2017

CULTURA DERRIBADA

Imagen de www.lugaresysabores.com
Por Roberto Marra

La ciudad es una de las más importantes expresiones culturales de la humanidad. Se ha constituido, después de miles de años, en arquetipo de una sociedad donde las interrelaciones son el fundamento de la vida. La convivencia social resulta siempre uno de los argumentos más trillados a la hora de resaltar el valor intrínseco que posee la urbanización concentrada en grandes conglomerados.
Las ciudades pueden verse también como organismos vivos, que mutan permanentemente por las modificaciones derivadas de los cambios tecnológicos pero, sobre todo, por las variaciones en las relaciones humanas que son, a su vez, producto de los predominios de uno u otro paradigma de desarrollo socio-económico.
Dentro de las ciudades, a lo largo de sus historias, sus habitantes van conformando una idiosincrasia propia, que termina definiendo culturalmente a cada urbe, a través de sus manifestaciones materiales e inmateriales. La arquitectura es, sin dudas, la más clara de esas expresiones. Pero lo que en esos edificios se desarrolla, también lo es.
Sin embargo, derivado del propio sistema capitalista que impulsó el desarrollo urbano, los gobiernos de esas ciudades suelen ignorarlo, por imperio de conveniencias de quienes dominan económicamente sus destinos. Entonces es cuando la construcción cultural desarrollada a lo largo de mucho tiempo, termina derribada, literalmente, para imponer una nueva cultura, que ya no será obra de todos sus habitantes, sino de pequeños grupos de poder interesados solo en sus egoístas intereses sectoriales.
La ciudad de Rosario es un ejemplo claro de esto. Varias veces,  a lo largo de su historia, ha sido castigada con el avance de la piqueta del supuesto desarrollo urbano, producto de lo cual desaparecieron centenares de manifestaciones de la cultura arquitectónica generada por sus habitantes. Peor aún resulta cuando esos edificios eran la base de expresiones artísticas que daban especial carácter a determinados sitios o proveían al reconocimiento fuera de la propia ciudad.
El último ejemplo (por ahora) es el famoso Bar Olimpo, atacado por supuestos “ruidos molestos”, falsía de la que se valieron los enemigos de la identidad colectiva, para trazar el destino de escombros del edificio que sirvió, durante décadas, para producir cultura y simbolizar, en una esquina, la historia artística de la ciudad.
Pronto veremos allí un monótono edificio de supuesta modernidad. Bajo sus cimientos habrán enterrado miles de historias de artistas y parroquianos, que ya no producirán ruidos molestos, pero harán avergonzar a quienes, en nombre de sus conveniencias, destruyeron la oportunidad de reparar tantas otras muertes edilicias festejadas como un progreso que es, en realidad, un retroceso hacia un futuro sin historia.

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