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Con las viejas películas sobre la Segunda Guerra, Hollywood convenció
al Mundo de habernos salvado del nazismo y sus aliados, con la característica
victimización de Estados Unidos y los estereotipados personajes alemanes,
italianos y japoneses. Más adelante, Rusia, Corea, China, Vietnam, Medio
Oriente pasaron a ser los cucos amenazantes, con centenares de filmes del mismo
tenor. Corren la misma suerte los países latinoamericanos que se atreven a
decidir sus propios destinos.
La propaganda para instalar la necesidad de invadir países
ha resultado siempre efectiva, al punto de ser aceptada como lógica por
millones de televidentes, convencidos de las maldades de peligrosos tiranos
presentados como bestias salvajes, capaces de las peores atrocidades que los salvadores
yanquis tratarán de impedir con sus ataques. Además, la complicidad mediática
impedirá la filtración de imágenes con muertos, como si se tratara solo de
juegos electrónicos donde se demuelen edificios como castillos de naipes.
Pero la realidad es muy distinta. La muerte real se
enseñorea por todo el mundo. Los misiles destruyen ciudades enteras, con sus
habitantes adentro, en países petroleros de Medio Oriente; las ametralladoras
tabletean sobre los africanos hambreados, mientras las bombas terroristas explotan
en las ciudades europeas. Al tiempo que los pueblos ponen los muertos, señores
de traje y corbata sonríen en las conferencias de “paz” donde solo se discuten
posiciones de privilegio en el dominio mundial.
Las disculpas para invadir países se repiten sin que se les
caiga la cara de vergüenza. Hace muchos años el auto-preparado ataque a Pearl
Harbor, luego Vietnam y un barco atacado por ellos mismos, más adelante las
armas químicas que nunca existieron en Irak. Ahora, nuevamente acusaciones de
uso de armas químicas por parte de Siria, sirvió para iniciar una escalada en
un país arrasado durante años con una guerra sostenida por y para la industria
bélica del Imperio y sus socios europeos.
Nada parece que podrá impedir la sucesión de las muertes de
los inocentes atrapados entre los fuegos cruzados de las disputas por el poder
económico. Porque la subordinación a los planes de dominio son aceptados
mansamente por la mayoría de los habitantes del Mundo, previamente empobrecidos
y embrutecidos, lo suficiente para ignorar o menospreciar un genocidio que no
ven, o que creen demasiado lejano.
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