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Es de buena gente ser agradecido. Cuando se nos ayuda en los
momentos difíciles, logramos remontar la cuesta de los problemas que se nos
atraviesan en el camino con mayor
facilidad. Esto vale para las personas, individualmente, pero también para las
sociedades, también para las naciones y sus pueblos. Vale la pena reflexionar
sobre esto, en momentos en los que una Nación que nos ayudó cuando lo
necesitábamos, con su líder de entonces al frente, ahora precisa de nuestra
comprensión y reciprocidad.
Venezuela es el objetivo demonizado por los imperiales
enemigos de la humanidad, para hacer retroceder los avances sociales logrados
durante poco más de una década en nuestra Suramérica. Poco les importa la
situación de sus habitantes, si padecen o no por su intervención. Basta que les
sirva a sus intereses permanentes para generar conspiraciones golpistas en cada
uno de nuestros países.
Estas maniobras ya no son como hace algunas décadas,
mediante golpes militares directos, sino a través de un proceso mediático-cultural
de negación de la realidad y fijación de paradigmas ajenos a sus pueblos. La
violencia hacen aparecer cuando los recursos de vaciamiento económico y
financiero no les resultan suficientes, por la resistencia de los gobiernos y
la misma sociedad. Entonces comienza la exacerbación de las parodias mediáticas
que muestren lo que no existe o nieguen lo que se oculta con maliciosa
intencionalidad.
En ese período estamos ahora en Venezuela, donde ante cada
marcha opositora profusamente televisada, nos ocultan las otras, las de
millones de personas que apoyan su proyecto soberano. Peor todavía, se preparan
escenas deliberadas con llamados a la violencia, las que se concretan con el
uso de personajes nefastos de la política venezolana, auto-erigidos en líderes
de una rebelión que tiene sus cuarteles en Washington.
Casi inútil será tratar de convencer a los idiotizados televisivos
de lo contrario. La correlación de fuerzas mediáticas es virtualmente
aplastante a favor de los golpistas mundiales. Peor aún, porque desde los mismos
medios supuestamente libres, se utilizan idénticos mensajes que los distribuidos
por las poderosas cadenas de noticias del imperio.
Habrá que recurrir al viejo axioma de Almafuerte, para no
sentirse vencido ni aún vencido. Pero habrá también que exigir honestidad a los
miserables periodistas que, con pretensiones de defensores de libertades que no
respetan, repiten como loros la mentira organizada para derrotar a los Pueblos de
los que, en definitiva, forman parte.
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