A veces, la violencia suele venir en formato de mal chiste. Como
cuando el engreído personaje que pretende conducir la Nación, desata toda su
brutalidad contra las personas más vulnerables, las más débiles de la sociedad.
Con su clásica postura de canchero de Recoleta, emite sus guturales mensajes creyendo
que causará alguna otra risa que la de sus laderos ministeriales, tan procaces
como él en sus mensajes de un amor que no siente y una paz que desprecia y
destruye con cada una de sus medidas.
Ahí lo tienen, ignorando los sueldos de los jubilados pero
utilizando mordazmente referencias pornográficas sobre los “queridos abuelos”,
que no son ni queridos, ni podrían jamás ser sus abuelos, solo por vergüenza.
Ahí va, ahora, rumbo a inaugurar obras en su “madre patria” yanqui, mientras
destruye con fervor antipatriótico las nacionales. Allá estará a su gusto,
rodeado por lo peor del empresariado cipayo, cómplice de cuanta dictadura haya
asolado nuestras tierras, socios incondicionales para destruir el bienestar
popular, aprovechadores de los beneficios de los gobiernos progresistas e
intrigantes de sus destrucciones.
Allí estarán, como siempre, los micrófonos y las cámaras de
la mentira organizada, con sonrisas cómplices de los usurpadores del
periodismo, apañando las miserias conseguidas gracias a sus argumentaciones
falaces y sus zócalos perversos. Nos mostrarán la felicidad del mandamás
gerencial ante su jefe espiritual del norte, y ellos mismos felices por tener
la oportunidad de acompañar tamaña afrenta a la verdad.
Regresarán envalentonados, con el empuje que les dará
sentirse parte de un primer mundo que tiene cada vez más olor a podrido.
Traerán mayor ahínco para vulnerar los derechos y desarmar la vida de millones
de trabajadores y empresarios nacionales. Reafirmarán todavía más sus
pretendidas superioridades, elucubrando mensajes preparados por sus consultores
publicitarios, armados de ficciones históricas y fantasías futuras.
Y cuando nada de eso les dé resultado, sacarán a relucir sus
nuevos armamentos, los “fierros” comprados a sus amos norteños para abollar las
cabezas de quienes pretendan tener conciencia sobre una realidad acomodada en
estudios televisivos y monitores de trolls.
Hay que convencerse que la historia tiene forma de espiral.
Se repite profundizando sus disvalores y sus perjuicios, arrastrando una y otra
vez a los pueblos a una ruina anunciada. Solo queda la esperanza del recuerdo
de los días felices, para dar impulso renovado hacia la conquista de otra
oportunidad. Una que los asesinos de utopías no sean capaces de destruir.
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