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La ciudad es de todos. Como slogan, suena bien, como
realidad, muy poco veraz. Sobre todo cuando vemos la atención que se le brinda
a ciertos sectores urbanos, mientras otros permanecen invariablemente
desatendidos o postergados. El actual proceso de reformas y embellecimiento del
microcentro de Rosario es una muestra cabal de las prioridades elegidas.
Lejos de afirmar que no deben realizarse trabajos para
mejorar la accesibilidad, la priorización del peatón y la agilización del
tránsito automotor en esta zona, sí se puede decir que, dado el contexto que
atraviesa la economía nacional y su repercusión en la sociedad rosarina, debe
priorizarse siempre todo lo que signifique paliar esas consecuencias directas,
relacionadas con el empobrecimiento, la pérdida de empleos y sus lógicas
derivaciones sobre la salud psíquica y física de los ciudadanos.
Nadie es inocente cuando de hechos políticos se trata. Determinados
desarrollos urbanos manifiestan intencionalidades de exponer obras muy
visibles, cuyas características físicas muestren diseños urbanos llamativos,
siempre impactantes para la población que recorre esos sectores diariamente,
aunque no habite en esos lugares. Se genera así, una voluntad positiva del
ciudadano hacia la administración, aun cuando no le signifique cambio alguno
para su condición de vida real.
Más contrastante resulta, cuando vemos que el Ejecutivo
Municipal pretende gestionar un crédito en divisas, en momentos en que el valor
agregado producido por la Ciudad ha disminuido y promete profundizarse más
todavía, debido al ataque feroz que la política económica de la Nación está
generando sobre la actividad productiva de la propia ciudad y de su zona de
influencia, que han sido históricamente fundamentales para el sostenimiento de
nuestro Municipio.
Por más facilidades que se digan tener para la obtención y
el pago de semejante empréstito, repercutirá inevitablemente sobre el corto y
mediano plazo en las arcas públicas. Además, con la coparticipación en caída,
gracias a las quitas en las retenciones de la producción de soja, de donde se
extrae gran parte de lo que recibe la Provincia y se deriva a la Ciudad.
El estadista se ve en la priorización de sus acciones. Una
urbe como la rosarina puede y debe gestionarse con la mayor atención en la vida
de sus sectores populares postergados, en su quinta parte de población que vive
en medio de la miseria y la desatención, en los pequeños comercios e industrias
a punto de perderlo todo si nadie los auxilia, en los efectores de salud
pública, cada vez más demandados por imperio del empobrecimiento y la
desocupación.
Como en la vieja y repetida historia de la primacía entre el
huevo o la gallina, nos enfrentamos a un desafío que solo se podrá resolver
virtuosamente cuando se entienda la inutilidad de tener hermosos paseos
céntricos vacíos, donde solo se puedan ver locales desocupados con carteles de:
“Se alquila”.
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