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En la tiranía de Pisístrato, para proteger su poder y planes
con el pueblo de Atenas, entregó la mayoría de los cargos políticos y públicos
a sus familiares y amigos más cercanos. En la República romana hubo el caso de
Pompeyo y su suegro Metelo Escipión, a quien le legó dos legiones, aunque
Escipión mostraba una gran ineptitud en ámbitos militares. En la Edad Media,
algunos Papas son conocidos por haber elevado a sus parientes a ser cardenales
de la iglesia. El gobierno de Napoleón es un típico caso de nepotismo, ya que
otorgó varios cargos públicos a sus familiares, entre ellos su hermano José
Bonaparte, que fue nombrado rey de España.
Argentina no escapa a esta tradición. La costumbre de
nombrar familiares y amigos en cargos subalternos a quien lo designa, forma
parte de los usos casi insoslayables para quienes asumen funciones
ministeriales o presidenciales. Hasta en los sindicatos se da, como lo
demuestra el caso de Moyano y los camioneros. O en la AFA, con los mismos
personajes.
Pero en estos tiempos de restauración conservadora, donde la
presidencia la ejerce un miembro de una “famiglia” de antecedentes nefastos en
su Italia originaria, esto del nepotismo se ha exacerbado de forma brutal y
descarada. Cada uno de los funcionarios de alto rango trajo consigo una ristra
de parientes de toda laya que, abroquelados en ministerios y secretarías,
amparan las trapisondas de su pariente patrón.
Nadie podrá disputarle el liderazgo, en esto de nombrar
familiares, al jefe de gabinete Peña Braun. Hombre también de familia, ésta más
de la estirpe fundacional de la Patria del despojo de tierras y del contrato
fácil con las dictaduras de turno, ha acarreado con él a decenas de familiares
directos, o no tanto, convirtiéndose en la base de un poder casi omnímodo en el
ejecutivo macrista.
Padre, tíos, hermanos, primos, cuñados y otras yerbas, han transformado
las oficinas ministeriales casi en una sucursal del supermercado patagónico que
sus ancestros crearon. Así, como un comercio gigantesco, es que imaginan la
política estos “nenes de papá y mamá”, acostumbrados al vasallaje y con la arrogancia
del que ningún esfuerzo ha hecho para lograr sus cometidos aristocráticos.
No buscan capacidades y merecimientos, sino beneficios
rápidos en negocios fáciles. Todo se reduce a obtener cobertura a sus oscuros
movimientos financieros, siempre ligados a guaridas fiscales y dineros de
orígenes dudosos. Cubren sus “hazañas” entreguistas con discursos ponzoñosos y
estigmatizantes del resto de la sociedad, mientras castigan con medidas que
lastiman y matan, olvidando la cacareada democracia de la que resultan,
siempre, sus únicos beneficiarios.
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