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La violencia es el caballito de batalla preferido por los
poderosos para derivar las responsabilidades de los desastres económicos y
sociales que ellos generan. Por supuesto, la única violencia que se verá es la
ejercida por los exaltados manifestantes, en los casos en que los atacados
fueran ellos. Cuando los ataques son contra sus enemigos ideológicos, allí la
violencia es siempre justificada detrás de escenificaciones mediáticas y
palabrerío discursivo de funcionarios y escribas chupamedias.
Muy lejos de ser inocentes palomitas pacíficas, los señores
del Poder tienen una larga historia que los condena por anticipado. Desde los
comienzos de la conformación como Estado, los “patricios” hombres de la
supuesta nobleza autóctona se han valido de la fuerza brutal para lograr sus
fines de dominación. Hace falta volver siempre sobre el genocidio de los
antiguos dueños de estas tierras, es preciso recordar las brutalidades insoslayables
de las represiones contra los peones u obreros, o tantas otras matanzas
destinadas siempre a resguardar el statu quo de los ladrones de la Nación.
Párrafo aparte para el bombardeo de la Plaza de Mayo de 1955
y el genocidio de la última dictadura. Allí se vio, descarnada como jamás, toda
la fuerza diabólica desatada como parte de un plan que tenía como principal
objetivo, terminar con cualquier atisbo de oposición de aquel momento y de su
futuro, nuestro presente.
Los pueblos logran, cada tanto, desbrozar el camino hacia
sus libertades. Con conciencias asumidas a fuerza de palos y balas, terminan
por recomponer fuerzas y correr de la escena a los violentos dominadores,
aunque nunca del todo. Desde las atalayas mediáticas, estos fanáticos
disfrazados de angelitos, penetran nuevamente las debilidades populares hasta
convertir la realidad palpable, en imágenes guionadas para destruir las prosperidades
pasadas.
A partir de allí, la justificación de la violencia,
falsamente espontánea, es el camino para asegurar la destrucción, no ya de
algún edificio o la vida de algunas personas, sino de la misma posibilidad de
pensar diferente a lo que el Poder dispone. Como carne de cañón siempre
dispuesta, personas parecidas a demonios, arremeten furiosas contra los
enemigos que les impusieron, alentadas por energúmenos con licencias de
periodistas y politiqueros que nada tienen de demócratas.
Cansa advertir la repetición de la historia. Desmoraliza
encontrar personas que reniegan de sus propios pasados. Desespera ver que la
verdad se quema en medio de tumultos promovidos por los mismos que asesinaron
miles de compatriotas en nombre de una libertad que siempre, invariablemente,
ha sido y es, solo para ellos.
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