El
miércoles pasado el Peugeot 405 de Mostafá Ahmadi Roshan voló en pedazos
en el distrito norte de Teherán después de que dos motociclistas
deslizaran explosivos magnéticos debajo de la carrocería, cuando el auto
paró en una esquina. Roshan y sus dos acompañantes murieron en el acto.
Rashan, 32, era un reconocido químico que dirigía la planta nuclear de
Nastanz.
El 29 de noviembre, asesinos en motocicletas mataron a Majid
Shahriari al plantarle una bomba magnética en el auto cuando salía de su
casa para trabajar. Su esposa sufrió heridas en el atentado. Shahriari
enseñaba en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Shahid Beheshti
de Teherán. Había sido el coautor de un trabajo académico sobre difusión
de neutrones en un reactor nuclear junto al entonces director de la
Organización de Energía Atómica iraní, Ali Akbar Salehi, quien declaró
que Behe-shti dirigía un importante proyecto en esa institución.
El mismo día, otra bomba colocada en idénticas circunstancias hirió a
Fereidoun Abbasi y su esposa. Abbasi también enseñaba en la Universidad
Shahid Beheshti. Antes había sido profesor en la Universidad Imam
Hossein, que administra la Guardia Revolucionaria Iraní. Aparece en una
resolución de Naciones Unidas como “involucrado en actividades nucleares
o de misiles balísticos”.
El mismo día, Fereidoun Abbasi Davani sobrevivió a un intento de
asesinato al advertir que un motociclista le había colocado una bomba
imantada en su auto, pudiendo escapar antes de que el vehículo
explotara. En ese entonces Davani era profesor de Física Nuclear de la
Universidad Shahid Beheshti. Miembro de la Guardia Revolucionaria Iraní
desde 1979, actualmente dirige la Organización de Energía Atómica iraní.
El 12 de enero del 2010 Massoud Ali Mohammadi murió en una explosión
en un pequeño suburbio del norte de Irán. La bomba había sido colocada
en una motocicleta estacionada en la vereda frente a su casa y accionada
por control remoto minutos antes de las ocho de la mañana cuando
Mohammadi salía camino a su trabajo de docente e investigador de la
Universidad de Teherán. Mohammadi era un renombrado físico especializado
en teoría cuántica y partículas elementales. Firmó más de cincuenta
artículos en publicaciones académicas internacionales y tradujo manuales
de física del inglés al persa, además de escribir los propios.
En febrero del 2007 Ardeshir Hosseinpour murió misteriosamente
mientras trabajaba en el Centro de Tecnología Nuclear de Isfahan.
Experto en electromagnetismo, profesor de la Universidad Shiraz y de la
Universidad Tecnológica Malek Ashtar, según autoridades iraníes, fue
“envenenado con gas”. La agencia privada de inteligencia estadounidense
Stratfor dijo que el asesinato se produjo por “envenenamiento
radiactivo” y que el muerto era un blanco del Mossad, el servicio
secreto israelí. El diario israelí Haaretz agregó que varios científicos
y laboratoristas del Centro de Tecnología Nuclear habrían muerto en el
mismo atentado.
A ver, señores que ordenan, aprueban y/o consienten operaciones
clandestinas en países extranjeros: matar científicos está mal. A ver,
señores de la ciencia, de los derechos humanos, no importa quién mata a
los científicos. Aunque pongan mucha guita en sus instituciones, hay que
decir que está mal.
No hace falta que salga alguien y diga “fui yo, yo maté a los científicos”. No va a pasar y no hace falta.
Para saber quién los mató alcanza con leer las declaraciones del
vocero del comandante de la fuerzas armadas de Israel, brigadier general
Yoav Mordechai, después del último asesinato: “Yo no sé quién arregló
la cuenta con el científico iraní, pero ciertamente no pienso derramar
ni una lágrima”. O esta otra declaración, de fines del año pasado, del
ministro de Inteligencia y Energía Atómica del gobierno israelí, Dan
Meridor: “Hay países que imponen sanciones y hay países que usan otros
métodos”.
Para saber quién consintió los asesinatos alcanza con leer las
declaraciones de Hillary Clinton cuando le preguntaron el jueves por el
bombazo que mató a Ro-shan. Nótese que la canciller de Obama evitó
repudiar el crimen, al que caracterizó como una respuesta al
“comportamiento provocativo” del gobierno iraní: “Quiero negar
categóricamente cualquier involucramiento de Estados Unidos en cualquier
acto de violencia dentro de Irán. Creemos que tiene que haber un
entendimiento entre Irán, sus vecinos y la comunidad internacional para
encontrar la forma de avanzar para que Irán termine con su
comportamiento provocativo, termine su búsqueda de armas nucleares y
reingrese a la comunidad internacional y ser un miembro productivo de
ella”.
A ver, se puede discutir si el programa nuclear iraní tiene fines
pacíficos, como dicen ellos, o fines bélicos como dicen los israelíes,
los estadounidenses y los europeos. Se puede discutir por qué Estados
Unidos retiró la propuesta que había hecho en Ginebra en el 2007, de
permitir que Irán enriquezca uranio en terceros países a cambio de que
deje de hacerlo en el propio, o por qué se negó cuando Turquía y Brasil
reflotaron un plan similar el año pasado. Se puede discutir si las
sanciones están bien o están mal, si Irán cumple o no cumple con los
inspectores de la agencia nuclear de la ONU, si la agencia responde o no
responde a los mandatos del Tío Sam.
Incluso se puede discutir, por qué no, si está bien que Irán tenga
una bomba atómica. Israel tiene un arsenal y sus vecinos, ninguna. La
historia muestra que cuando los dos bandos tienen la bomba, ninguno la
tira. Es lo que pasa ahora en las dos Coreas, es lo que pasa con India y
Pakistán, es lo que pasó durante medio siglo entre Estados Unidos y la
Unión Soviética. Lo llaman el principio de la “Destrucción Mutua
Asegurada” (MAD, en inglés). Algunos dicen que gracias a MAD la Guerra
Fría nunca se terminó de calentar. En cambio, cuando un solo país tuvo
la bomba los japoneses se la tuvieron que morfar. Es razonable que
Israel se preocupe porque un país que no reconoce su derecho a existir
pueda querer una bomba atómica, pero también es entendible, digo, que
los iraníes aspiren a la misma protección de que goza Israel.
Se puede discutir todo eso pero, señores, matar científicos está
mal. Además no sirve. Olvídense del daño a la democracia, a las
instituciones, a los derechos humanos, a la credibilidad de los
discursos de los dueños del mundo. No sirve. Porque podrán matar a los
científicos, pero nunca podrán matar sus ideas, esos conocimientos y
ganas de aprender más que dejaron en sus laboratorios y sus aulas antes
de morir. “Hoy en la escena de la energía nuclear, Estados Unidos y el
sionismo han elegido los métodos más bajos de asesinato a ciegas de
nuestros científicos nucleares, y creen que asesinando a esos
científicos y haciéndolos mártires pueden prevenir nuestro avance
nuclear”, dijo el jueves Rostam Ghasemi, ministro de Petróleo de Irán y
ex comandante de la Guardia Revolucionaria. “El martirio de nuestros
científicos nucleares lleva a un mayor compromiso de nuestro pueblo y de
los científicos de la República Islámica de Irán.”
*Publicado en Página12
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