No es la primera vez que me toca confirmar la persistente vigencia de un concepto clásico de las ciencias sociales: el “efecto perverso”. Es decir, para simplificar groseramente, que una acción o medida determinada, prevista para conseguir un objetivo favorable, termine provocando el resultado opuesto. Y también, a la inversa, que una intención malvada se convierta en benigna.
Se decía, por ejemplo, que una de las primigenias leyes obreras del legislador socialista Alfredo Palacios, conseguida después de denodada puja con el objeto de aliviar la situación de las trabajadoras, tuvo como impensada consecuencia la reducción del empleo femenino. Y no es difícil imaginar que, en tiempos de la Guerra Fría, cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética competían para ver cuál de ellos conseguía poseer el más catastrófico y apocalíptico arsenal nuclear, la Tercera Guerra Mundial no llegó a producirse (felizmente) porque el resultado no hubiera sido la victoria de nadie sino la destrucción de todos.
Pues bien, hoy tenemos frente a nuestros ojos, en los titulares informativos del mundo entero, llamativas y hasta resonantes evidencias del “efecto perverso”. Comencemos por ese inimaginable malentendido que hace que uno de los más dignos jueces españoles, Baltasar Garzón, capaz de defender tenazmente los Derechos Humanos dentro y fuera de su país, termine ahora suspendido y encausado el mismo por haber pretendido dar justicia a las víctimas de los crímenes del franquismo. Aunque también por haberse animado a investigar el caso Gürtel, paradigma de la corrupción en el derechista Partido Popular.
Pero no sólo eso. ¿Cómo admitir que la sociedad española, por ejemplo, que, como la de todos los países europeos está sufriendo en carne propia las consecuencias de las desoladoras medidas económicas neoliberales, adoptadas incluso por sus mal llamados gobiernos “socialistas”, y que llegó a producir de su seno el honroso movimiento de los “indignados”, haya decidido votar por inmensa mayoría a la misma derecha que le hará pagar duramente las consecuencias?
¿Cómo imaginar que otro gobernante de derecha, el premier francés Nicolas Sarkozy, después de haberse opuesto férreamente a ella desde 1997, se iba a mostrar hoy dispuesto a imponer finalmente la resistida Tasa Tobin a las transacciones financieras? ¿Y no sólo eso sino que cuenta, para ello, con el inimaginable apoyo de otra figura central de la derecha europea: la canciller alemana Angela Merkel? ¿Y que en su reciente viaje a Madrid haya conseguido el visto bueno del flamante presidente electo del gobierno español, Mariano Rajoy, un halcón de las derechas si los hay?
Lanzada significativamente en 1971, cuando el presidente Richard Nixon (liquidando al hacerlo los acuerdos de Bretton Woods) puso punto final al patrón oro para el dólar norteamericano, la idea de imponer una tasa a las transacciones financieras se debió al economista James Tobin, de cuyo apellido tomó su nombre. El mismo que, diez años después, recibiría el Premio Nobel de Economía. Y asimismo el que supo declarar que, con respecto a su tasa, “había sido mal interpretado.”
Su idea fue minuciosamente silenciada. Hasta que en 1997, y en París, el entonces director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, no sólo volvió a retomarla como una bandera destinada a combatir el hambre, la miseria, el analfabetismo y el subdesarrollo del planeta entero, sino que dio origen al movimiento que intentaría infructuosamente llevarla al triunfo: Attac, sigla de la Asociación por la Tasación de las Transacciones y la Ayuda a los Ciudadanos. Desde entonces, impulsada inicialmente por “el Dipló” pero luego por los movimientos y foros sociales de todo el mundo, la Tasa Tobin se convirtió en símbolo y modelo de la redistribución universal de la riqueza en un mundo injusto y desigual. Lo que trajo al mismo tiempo, como ineludible consecuencia, la tenaz oposición de las mafias financieras y de los poderes económicos concentrados que dominan efectivamente el planeta.
Sarkozy, Merkel, Rajoy ahora, es decir la crema de la derecha neoliberal europea, se muestran decididos a ponerla en práctica. Pero el gato escaldado huye hasta del agua fría. Y no pocos de sus tenaces defensores de antaño se preguntan, hoy, qué ha motivado este insólito cambio, este auténtico “efecto perverso”. No se ha llegado todavía a una clara conclusión al respecto. Hay quien piensa que este inesperado giro neoliberal a favor de la Tasa Tobin concluirá por transformar los objetivos de Attac: el impuesto no se destinará finalmente a los pobres del mundo. Y hay quien dice que el impuesto terminará siendo pagado por los clientes (es decir por los pobres), no por los bancos e instituciones financieras.
Sólo nos queda entonces esperar que, también ahora, a los gurúes de la derecha neoliberal les toque experimentar su propio “efecto perverso”. Y que este tiro les salga por la culata. Será justicia.
Se decía, por ejemplo, que una de las primigenias leyes obreras del legislador socialista Alfredo Palacios, conseguida después de denodada puja con el objeto de aliviar la situación de las trabajadoras, tuvo como impensada consecuencia la reducción del empleo femenino. Y no es difícil imaginar que, en tiempos de la Guerra Fría, cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética competían para ver cuál de ellos conseguía poseer el más catastrófico y apocalíptico arsenal nuclear, la Tercera Guerra Mundial no llegó a producirse (felizmente) porque el resultado no hubiera sido la victoria de nadie sino la destrucción de todos.
Pues bien, hoy tenemos frente a nuestros ojos, en los titulares informativos del mundo entero, llamativas y hasta resonantes evidencias del “efecto perverso”. Comencemos por ese inimaginable malentendido que hace que uno de los más dignos jueces españoles, Baltasar Garzón, capaz de defender tenazmente los Derechos Humanos dentro y fuera de su país, termine ahora suspendido y encausado el mismo por haber pretendido dar justicia a las víctimas de los crímenes del franquismo. Aunque también por haberse animado a investigar el caso Gürtel, paradigma de la corrupción en el derechista Partido Popular.
Pero no sólo eso. ¿Cómo admitir que la sociedad española, por ejemplo, que, como la de todos los países europeos está sufriendo en carne propia las consecuencias de las desoladoras medidas económicas neoliberales, adoptadas incluso por sus mal llamados gobiernos “socialistas”, y que llegó a producir de su seno el honroso movimiento de los “indignados”, haya decidido votar por inmensa mayoría a la misma derecha que le hará pagar duramente las consecuencias?
¿Cómo imaginar que otro gobernante de derecha, el premier francés Nicolas Sarkozy, después de haberse opuesto férreamente a ella desde 1997, se iba a mostrar hoy dispuesto a imponer finalmente la resistida Tasa Tobin a las transacciones financieras? ¿Y no sólo eso sino que cuenta, para ello, con el inimaginable apoyo de otra figura central de la derecha europea: la canciller alemana Angela Merkel? ¿Y que en su reciente viaje a Madrid haya conseguido el visto bueno del flamante presidente electo del gobierno español, Mariano Rajoy, un halcón de las derechas si los hay?
Lanzada significativamente en 1971, cuando el presidente Richard Nixon (liquidando al hacerlo los acuerdos de Bretton Woods) puso punto final al patrón oro para el dólar norteamericano, la idea de imponer una tasa a las transacciones financieras se debió al economista James Tobin, de cuyo apellido tomó su nombre. El mismo que, diez años después, recibiría el Premio Nobel de Economía. Y asimismo el que supo declarar que, con respecto a su tasa, “había sido mal interpretado.”
Su idea fue minuciosamente silenciada. Hasta que en 1997, y en París, el entonces director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, no sólo volvió a retomarla como una bandera destinada a combatir el hambre, la miseria, el analfabetismo y el subdesarrollo del planeta entero, sino que dio origen al movimiento que intentaría infructuosamente llevarla al triunfo: Attac, sigla de la Asociación por la Tasación de las Transacciones y la Ayuda a los Ciudadanos. Desde entonces, impulsada inicialmente por “el Dipló” pero luego por los movimientos y foros sociales de todo el mundo, la Tasa Tobin se convirtió en símbolo y modelo de la redistribución universal de la riqueza en un mundo injusto y desigual. Lo que trajo al mismo tiempo, como ineludible consecuencia, la tenaz oposición de las mafias financieras y de los poderes económicos concentrados que dominan efectivamente el planeta.
Sarkozy, Merkel, Rajoy ahora, es decir la crema de la derecha neoliberal europea, se muestran decididos a ponerla en práctica. Pero el gato escaldado huye hasta del agua fría. Y no pocos de sus tenaces defensores de antaño se preguntan, hoy, qué ha motivado este insólito cambio, este auténtico “efecto perverso”. No se ha llegado todavía a una clara conclusión al respecto. Hay quien piensa que este inesperado giro neoliberal a favor de la Tasa Tobin concluirá por transformar los objetivos de Attac: el impuesto no se destinará finalmente a los pobres del mundo. Y hay quien dice que el impuesto terminará siendo pagado por los clientes (es decir por los pobres), no por los bancos e instituciones financieras.
Sólo nos queda entonces esperar que, también ahora, a los gurúes de la derecha neoliberal les toque experimentar su propio “efecto perverso”. Y que este tiro les salga por la culata. Será justicia.
*Poeta, traductor, and ensayista.
Publicado por Tiempo Argentino
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