martes, 3 de enero de 2012

LA "CRISIS GLOBAL" Y LOS VALORES


 
El niño y el buitre es una foto famosa y compleja del reportero sudafricano Kevin Carter. Con esa foto Carter ganó el premio Pulitzer en 1994, después de que la misma apareciera publicada en el New York Times, en los Estados Unidos. Pocos meses después de sacar esa foto y ganar ese premio, Carter se suicidó. Recordar esa foto (foto que nos habla desde el nombre mismo) es oportuno cuando distintas ONG (como la estadounidense Junior Achievement) parecen querer inculcar en los niños desprevenidos de las escuelas públicas y privadas argentinas, no las formas elementales de la participación ciudadana y el compromiso ético y social, sino las bondades nada inocentes del libremercado. Cómo ser un buen empresario y no cómo ser un buen ciudadano o una buena persona, esa parece ser la primera consigna.
Carter sacó la foto en algún desolado lugar de Sudán, al que no llegan los camarógrafos (ni las ONG neoliberales), mientras participaba de una misión de rescate de la ONU. Apenas bajó del avión, lo sorprendió lo que veía. Se encontró con el hambre. Nada menos. El otro rostro invisible y ciego de los mercados. En la foto vemos unas hojas secas y un árbol. En ella se ve un niño negro muy pequeño encorvado en el piso. El niño está desnutrido y a punto de morir. El niño (Kong Jong) se desvanece sobre unas hojas grises (y el espectador no puede hacer nada para evitarlo, al parecer Carter tampoco). El niño tiene una delgadez extrema. La delgadez africana: es sólo piel y huesos. Y detrás, un buitre lo mira. La comparación es monstruosa. El ave está mejor alimentada que el niño. El pequeño niño negro, desnutrido y solo, encorvado, está muriendo como mueren miles de niños africanos año a año sin que nadie los note, o los fotografíe. Estos niños no forman parte de algún número rojo de la economía. Son una cifra ciega o invisible del libremercado. No forman parte de la “crisis global” porque no forman parte de nada. Su muerte cotidiana es esperable y no se vincula a la “crisis global”. No sale en el diario. Es sólo un dato “macro” más de la economía real que nos propone el neoliberalismo. Estas muertes son sólo un magro costado del libremercado que nadie menciona. Y el buitre lo sabe. Los buitres esperan, a una distancia prudente, la muerte. El buitre especula. El niño africano va a morir. Y el buitre lo va a comer. ¿Qué nos recuerda? ¿Qué nos dice esta foto a nosotros? Para muchos, el buitre encarna el capitalismo; y el niño, el hambre, la desolación y el abandono. Ese hambre es un hambre real que los argentinos conocemos demasiado bien. Lo hemos vivido en carne propia. El 2001 está cerca. Apenas se cumplieron diez años. Y conviene recordar esta foto en momentos en que se discute la crisis financiera; todo el mundo parece estar inmerso en una crisis económica profunda o crisis del capitalismo o del “financierismo”, como lo llaman algunos economistas, en un mundo sin tiempo para ver esta foto. Es bueno recordar estas fotos desasosegadas cuando muchos (como la ONG Junior Achivement, que les enseña a los niños cómo invertir en la Bolsa) nos proponen volver sobre soluciones que han fracasado. Cuando enseñan “buenos negocios” y no valores. Donde muchos ven la libertad de un mercado, sin embargo otros (como Carter) vemos la negación y la privación de un derecho.
Con esa foto Carter ganó el Pulitzer. Lo que no siempre se dice es que después de ganar ese premio se suicidó. Se quitó la vida después de recibir el premio en la Universidad de Columbia. Carter solía contar que se había mirado en un espejo una noche y había visto al buitre. El buitre que vio Carter es el buitre que todos somos y que todos conocemos. Todos tememos que el buitre aparezca. Cuántos de nosotros no nos hacemos la pregunta que se hace Carter. Cuántos de nosotros no nos vemos obligados a pensar y proponer la economía desde otro lugar más humano. Más realista. Y con más rostros.
Cuando Carter se suicidó tenía sólo 33 años. Pero ya había visto esa imagen que le había cambiado la vida. Antes de morir escribió: “Estoy atormentado por los recuerdos vívidos de los asesinatos y los cadáveres y la ira y el dolor (…) del morir del hambre o los niños heridos, de los locos del gatillo fácil, a menudo de la policía, de los asesinos verdugos.”



EL DESPERTAR DE UN PUEBLO. Kant –padre del idealismo en la filosofía alemana– solía decir que si un pueblo no despierta, hay que ayudarlo a despertar. Para Goethe esa es la misión de los gobiernos. Si analizamos el recorrido que ha hecho la Argentina en los últimos años, es evidentemente el recorrido de un pueblo y de un país que ha despertado. Que ha resuelto dejar de negar y esconder el pasado y asumir con responsabilidad y determinación lo vivido. Este es uno de los grandes méritos del kirchnerismo: poner al derecho y la verdad por sobre la economía. No debajo. La misión del gobierno fue devolverle sentido a esas palabras tantas veces repetidas y mancilladas: dignidad, memoria, derecho, justicia. Recuperar un lenguaje. Esto le ha dado seguridad al Estado, también a su economía. La revisión del pasado participa de la construcción del futuro. El futuro y el pasado no se oponen, como creen muchos. La economía argentina de hoy es una economía diferente y más segura porque descansa en los valores. Porque ha recordado que la economía está al servicio del hombre y no al revés. Porque hizo del hombre un fin, y no un medio.
Crecer no es sólo crecer con los números. Muchos se alegran cuando sube la Bolsa. Pero eso no es crecer. Crecer es más que eso, como decía Estrada. Crecer es crecer en muchos sentidos: es asumirse como pueblo; aprender a verse en el espejo y no ver al buitre ominoso que vio Carter esa noche. Eso es crecer, crecer como personas. Como pueblo y como país. Es madurar. Es aprender. Es saber ceder, aprender y compartir y ver más allá de uno mismo, como dice Cristina Kirchner. Hay que ver al otro. Hace diez años que la economía argentina puede crecer porque ha aprendido a ver lo que antes no veía.
Por eso hay un punto donde Sigaut tenía razón: “el que apuesta al dólar pierde”, porque apostar al dólar es siempre perder, aun cuando se ganen unos pocos o muchos pesos, se pierde. Ya lo demostró Martínez Estrada en la radiografía de esa pampa ciega. Seguimos colonizados. Porque se apuesta a lo que uno no es. Porque se apuesta al buitre. Y no al país que no aparece en la foto. Porque se deja morir al niño sudanés, en vez de tenderle la mano. Este y no otro es el dilema.
Esto es preservar el valor de la moneda. Es preservar la identidad. La dignidad. Y la vida.  Precisamente lo que la ONG Junior Achivement no les enseña a los chicos del norte. Que el dinero es un medio. Y muchas veces no es inocente: viene manchado. Y que hay algo más importante que el dinero y que es lo único que los chicos debieran buscar (porque es lo único que los va a hacer verdaderamente felices, tengan o no tengan dinero): una vida virtuosa.


 

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