lunes, 30 de enero de 2012

INDUSTRIA NACIONAL AUSENTE

Por Martín Burgos *


El fuerte crecimiento industrial que conoció nuestro país desde 2003 es un hecho destacable, que sólo permite comparación con el período 1964-1974. Sin embargo, los datos también nos indican que ese crecimiento industrial no pudo revertir la tendencia a la concentración y extranjerización que tuvo lugar durante la década del ’90.
Siguiendo a los clásicos de la ciencia económica, podríamos pensar que son tendencias históricas de las cuales no podemos escapar si pretendemos una industria moderna y competitiva. Después de todo, Joseph Schumpeter, ¿no hablaba de la necesidad de una etapa monopolista en la innovación del producto? ¿Acaso no se nos repitió durante décadas que la inversión extranjera directa (IED) aportaba el capital y la tecnología que un país emergente necesitaba para su desarrollo económico?
Los casos internacionales parecen indicar que el desarrollo económico no tiene recetas: mientras Corea del Sur se desarrolló a través de una fuerte concentración del capital (los famosos chaebols), Taiwan lo hizo a través de un fuerte tejido de pymes. China, en la actualidad, tiene un desarrollo industrial basado en la IED. Más atrás en el tiempo, Alemania apeló a una fuerte concentración financiera para apuntalar su industria y formar los kartell a fines del siglo XIX, mientras Italia se apoyó en sus distritos industriales pymes.
Aunque las repetidas crisis que vivió nuestro país nos enseñaron que la concentración del capital y la extranjerización del aparato productivo resultan una traba al desarrollo económico y social, resulta de interés mostrar cuáles son las condiciones en las que estos fenómenos económicos terminan socavando los objetivos de justicia social, independencia económica y soberanía política.
Los sectores de bienes intermedios, químicos, petroquímicos, metales básicos, son los que conocen mayor concentración de capital. Este hecho frena el desarrollo industrial cuando una pyme tiene que enfrentar, además de la competencia importadora, precios internos de sus insumos más elevados que el internacional. Pero esto no es un escollo insuperable: una política industrial que redistribuya el ingreso al interior de las cadenas de valor junto a una política de comercio interior que logre disciplinar los actores más poderosos son indispensables para conjugar eficiencia, industrialización y distribución del ingreso.
Por su lado, la extranjerización de la estructura productiva resulta una traba al desarrollo si se asume que el poder de decisión está fuera del alcance del poder político nacional, y que el origen del capital (foráneo) determina su destino (la repatriación de utilidades). En el caso de las empresas transnacionales instaladas en los sectores de bienes de consumo –como el automotriz, por ejemplo—, su nivel de integración con las pymes locales es escaso, debido a decisiones de compras tomadas a nivel global. Al respecto es revelador que el coeficiente de importación de las transnacionales sea superior al promedio. Si a eso le agregamos la repatriación de utilidades, la sangría de divisas que supone la instalación de una empresa extranjera sólo podría remediarse con leyes muy restrictivas en cuanto al uso de las divisas. Sin embargo, ya sabemos que la fuga de capitales no es excluyente de las empresas transnacionales: también la realizaron los grupos económicos locales. En ausencia de una poderosa “burguesía nacional”, que reinvierta en el país sus ganancias, muchos autores se inclinan a pensar que los actores principales del desarrollo económico deben ser los trabajadores, a través de un gobierno popular.
En retrospectiva, podríamos considerar que en 2003 surgió de las urnas un gobierno popular sin industria nacional. Con eso queremos decir que, a pesar de todas las críticas que se le puede hacer a la estructura industrial actual, Argentina cuenta con el actor clave que está recreando la industria nacional: un gobierno popular. En esa perspectiva, las declaraciones de la Presidenta desde su reelección toman un significado particular: por un lado, aclaró que no habrá cambios en la ley de IED, por la cual se le otorga al capital foráneo los mismos derechos que al capital local. En otras palabras, se pone en el mismo plano al capital, cualquiera sea su origen, asumiendo la inexistencia de una burguesía nacional. En cambio, se pondrá el acento en el destino del capital, incrementando la presión política para controlar la fuga de divisas y fomentar las inversiones en el país (tanto de las empresas nacionales como de las extranjeras) y para lograr una mayor integración productiva, buscando así profundizar la sustitución de importaciones. Esto último, de lograrse, sería un avance muy importante hacia el desarrollo económico y social.

* Centro Cultural de la Cooperación y Cátedra Nacional de Economía Arturo Jauretche.
   Publcado en Página12

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