Esta vez la “teoría de la simulación” fue el hit con el que una parte de la oposición política y mediática reaccionó frente al “falso positivo” que corrigió el diagnóstico presidencial después de la cirugía. Hermanados en esa “teoría” –especulan que la Presidenta especula siempre, aun y sobre todo tratándose de lo muy íntimo, como el dolor de la pérdida o un mal diagnóstico sobre su propia salud; esas especulaciones esculpen un monstruo y cumplen esa función–, cayeron entre otros Nelson Castro, Humberto Tumini, Hermes Binner, Ricardo Roa, Margarita Stolbizer, Carlos Pagni y siguen las firmas heterodoxas ya debidamente homogeneizadas. Castro se puso el tema al hombro.
La reacción, destemplada, pero sobre todo desubicada, deja entrever una vez más una increíble falta de respeto a la persona presidencial. Un tipo de falta de respeto que bordea el permanente y prolongado exabrupto y que sigue siendo inédito, en lo que va de democracia, tratándose esta vez no sólo de la primera mujer electa presidenta, sino de la primera reelecta. No faltan, claro, los que comparan su reelección con la de Menem, pero también la comparan con Hitler y con Chávez. Para refutar, es demasiado. El 54,11 por ciento suena grandilocuente, pero son los exámenes –los únicos reales en una democracia– que ha aprobado la Presidenta para hacerse destinataria de un piso de respeto. No obstante, ha vuelto a ser esta semana “esa pobre mujer”, según los que guardan formas, pero otra vez esa versión de fémina desorientada y vulnerable, tan poco verosímil, esconde torpemente a la verdadera figura que los obsesiona, que es la de “la yegua”. “El cáncer que no tuvo” en un título de diario que expresó al mismo tiempo decepción y sospecha. Nunca McLuhan tuvo tanta razón y hoy el medio es el mensaje, escupe el mensaje, talla el mensaje con su mirada editorial torva y retorcida, que ha pasado de la información dura y la interpretación en las columnas, como siempre fue, a la pura interpretación.
Tratan todo el tiempo de acomodar los hechos en una trama que nos ubica a veces en Venezuela, pero la mayor parte de las veces retoma capítulos que empezaron en la Alemania del Este o en el Archipiélago Gulag.
“Todo parece sacado de una mala novela”, tituló su columna de La Nación Nelson Castro, refrendando en su carácter de médico su propia teoría conspirativa, basada en la disidencia de una médica del Hospital Austral, a la que se aferra para seguir tejiendo en el aire su “denuncia”, pese a las opiniones de todos los médicos intervinientes y opinantes. Algunos de ellos, en el mismo diario, aclararon a la periodista científica Nora Bar que lo que una parte de la prensa argentina tomó con indignación y sospecha, el “falso positivo”, es un viejísimo tema de la anatomía patológica, que no tiene explicación pero sobre cuya existencia nadie ligeramente informado hoy duda. Castro es uno de los promotores de la idea del “bochorno de la medicina argentina”, aunque es difícil que alguien más que una decena de periodistas y políticos argentinos hablen de “bochorno” o tengan inoculado el mal de la sospecha, si se excluyen por supuesto las firmas las notas sin firma del Grupo Prisa.
El hecho afortunado de que el caso de la Presidenta haya entrado en ese 2 por ciento de los “falsos positivos” fue por el contrario motivo de alivio, y no sólo se alegraron los amigos de la cuadra; ahí la tienen a Hillary Clinton, mirando otra película, apta para todo público pero no para los envenenados. Un llamado de congratulación por la buena noticia. Y eso es lo que periodísticamente debió haber sido el resultado de la operación, en un país que no llevara el odio tan malamente encapsulado.
Médicos de prestigio han afirmado que con los mismos informes citológicos, que fueron repetidos con idénticos resultados a los primeros, el protocolo indica informar a un paciente que padece un cáncer, y operarlo. Son protocolos sobre los que se estrellan los fantasmas de los que chillan ante las malas y ante las buenas, como si no pudieran salir de lo que hicieron el verano pasado.
A esta altura, debe haber cientos de médicos y estudiantes de medicina en todo el país enterándose de que los grandes medios han decidido despegar de la realidad para entrar de lleno en el terreno de una narrativa aberretada que necesita, para ir escalando en su teoría, implicar en “la simulación” cada vez a más gente. Ya no les alcanza con sostener que la gente es idiota. Ahora también tenemos médicos de a decenas que arman ardides políticos a través de malos diagnósticos y de la aplicación de protocolos innecesarios, y una Presidenta que o bien hace gala de la audacia y el cálculo, pero en un grado de perversión importante, o bien es una mujer que no se sabe cuidar sola.
Como no se animan a decir que fue la propia Presidenta la que urdió la trama fraudulenta –porque se trata de eso, ahora su buena salud es un nuevo fraude–, vuelven a describirla como a una pobre mujer –por aquí ya hemos pasado en 2008 y 2009, y es a las columnistas mujeres a las que les encanta describirla como una “pobre mujer”– que no sabe dirigir ni a sus propios médicos personales. La misma mujer que ya fue descalificada hasta el hartazgo, y cuyo vigor político acaba de ser confirmado en elecciones que demostraron que más de la mitad del electorado no cree estar mirando ninguna de terror.
Pagni se preguntaba en su columna esta semana si el país estará gobernado como “el cuerpo de la Presidenta”, en una insinuación que no importa mucho cómo se desarrolle. Terminará indudablemente en la conclusión de que los pueblos se equivocan. La Nación viene sosteniendo lo mismo desde que se creó. Pagni es apenas una circunstancia de un proyecto político sostenido en el tiempo.
Mientras emergía esa versión periodística que insinuaba que todo había sido “teatro”, y mientras Pagni aludía tan frontalmente al “cuerpo de la Presidenta”, la Casa Rosada difundía los estudios previos a la cirugía. Los difundía para fulminar sospechas. Binner es el que habló de “sospecha”. ¿Cuál es la sospecha de la que habló el ex gobernador de Santa Fe, la misma de Pagni y Roa, o es otra? Castro se quejó. “¿Dar a conocer los estudios cuatro días más tarde?”, se preguntó en la ratificación de su “denuncia”, mordaz. No cuatro días más tarde, nunca hubiese sido necesario dar a conocer esos estudios, forzar la exhibición pública de esos estudios médicos: si se lo hizo, fue porque hay gente como Castro azuzando la mala espina.
Finalmente, habría que apuntar que en la Argentina se está registrando un incremento de violencia de género. En 2011 fueron asesinadas 280 mujeres y casi treinta niños como venganzas de género. Desde el caso Candela para acá, si revisamos, no ha pasado semana sin un caso resonante por su crueldad. Mujeres y niños asesinados en crímenes que ahora sabemos que se llaman femicidios y no crímenes pasionales. Mujeres de varias generaciones masacradas, niños asesinados para vengarse de ex parejas, maridos que mandan matar a sus mujeres, en una oleada de violencia que parece originarse en alguna decisión tomada por ellas. Casi siempre, separarse.
No hay mucho para asociar ni para desarrollar al respecto, pero sí se pueden tomar apuntes de ambas cosas. En un país en el que desde los grandes medios se interviene políticamente sobre el cuerpo presidencial, que es femenino, y donde lo femenino del poder parece habilitar a muchos para atropellar los límites del decoro y el respeto, todo el tiempo estamos absorbiendo, como sociedad, la tensión entre la potencia femenina y la voluntad antigua, atávica y dañina de hacerla cesar. Como hace medio siglo, la misoginia es el bisturí gorila.
*Publicado en Página12
No hay comentarios:
Publicar un comentario