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Por
Roberto Marra
En
el cristianismo, el nacimiento de Jesús es un momento más que
especial, base del desarrollo posterior de toda su impronta y
proyección. En esos tiempos se ubica el arribo de los famosos Reyes
Magos, llevándole al recién aparecido regalos con grandes
significados simbólicos: oro, incienso y mirra. Diversas versiones
han trascendido de este acontecimiento, pero el mismo ha dejado la
secuela popular de ofrecer regalos a los niños para la misma fecha
en que se supone arribaron esos “Sabios de Oriente” a la
histórica Belén.
Entonces,
un día, aparece el capitalismo. En realidad no fue de un día para
otro, ni resultó una espontánea revelación divina. Se trató, más
bien, de una construcción histórica derivada de los procesos dados
por la acumulación de riquezas y la necesidad de multiplicarlas
aprovechando una de las herramientas más baratas que pudieran
conseguirse: la fuerza del trabajo de millones de supuestos “hombres
libres”, convertidos ahora en modernos “esclavos” asalariados.
Con
el tiempo, y mediando la utilización de los revolucionarios avances
científico-técnicos, esa mano de obra generadora de la famosa
“plusvalía” (mala palabra, si las hay, en el léxico de los
economistas que respaldan y sostienen al sistema) fue logrando
progresos impensados en la acumulación de las ganancias, pero
también fue desatando las lógicas rebeliones de los sometidos y
esquilmados por estos procesos odiosos.
Aparecieron
entonces los derechos laborales, las mejoras salariales, los estados
de bienestar y otras yerbas parecidas. Se disminuían las atrocidades
de la sobre-explotación, al tiempo que se aseguraba la continuidad
del sistema, incólume ante el avance de otras manifestaciones
ideológicas (mucho más cercanas al original cristianismo) que
pretendieron acabarlo. Por el contrario, luego esos intentos
derivados de revoluciones de auténticos objetivos de cambios
positivos reales en las estructuras económicas y políticas, cayeron
en desgracia por sus propios errores y los fracasos provocados por la
maquinaria mediática del imperio.
Ya
por estos días, en el que se ejerce el dominio absoluto del Planeta
por parte de un pequeño grupo de poderosos financistas, las naciones
se han transformado en simples divisiones territoriales para una más
“eficiente” extracción de sus riquezas. El imperio ha logrado
introducir su veneno ideológico hasta en las mentes de los más
explotados, transformando la forma de dominación con una más sutil,
derivada del uso de lo mediático, ahora excacerbado por la
informática y la red de redes, obviamente manejada por ellos mismos
y sus conglomerados multimediáticos.
Con
esos artilugios, han venido imponiendo a casi todos los países (con
las excepciones que dignifican a la humanidad) un pensamiento único,
una especie de nueva religión cuyo único “dios” es el dinero (o
su representación virtual). La antigua adoración del Jesús recién
nacido, aún cuando en las formas permanece y en muchas almas buenas
se autentifican, la han ido modificando hasta generar solo negocios
convenientes para sus expresiones comerciales.
No
existe fecha que conmemore acontecimiento religioso trascendente que
no merezca un tratamiento economicista y de mercado para esas
corporaciones maléficas. Comprar, comprar y comprar, ese es el único
empujón que le dan a cada uno de los creyentes. Y también a los que
no lo son, para terminar difundiendo necesidades que no existen entre
la totalidad de los miembros de la sociedad.
Consumir
es el objetivo primordial. Papá Noel debe traer regalos. Los Reyes
Magos deben traer regalos. Hasta para Pascuas se hacen regalos. Los
fines de semana donde coinciden los hechos religiosos son simples
disculpas para seguir consumiendo en viajes y gastos que, a la luz de
las pobrezas que el mismo sistema genera y mantiene de ex-profeso,
resultan asqueantes maneras de segregación social y desvirtuación
absoluta de los mandatos que aquella original pauta religiosa
ordenaba.
Por
estos tiempos de modernos “atilas” sin caballos ni espadas, de
invasiones de “bárbaras” ideas retrógradas, de aplastamientos
masivos de las rebeliones naturales a tanta perversión inhumana, de
corrimiento de lo ideológico al rincón de los olvidos y la
exaltación de los superfluo por sobre lo importante, se hace más
que apremiante el regreso al tiempo moral de los primigenios Reyes
Magos, simbólicos cargueros de esperanzas y deseos de realidades
plenas de honestas virtudes olvidadas tras los sucios billetes que
ahora obnubilan y matan.
Y se
hace más imprescindible todavía acabar con los nuevos “Herodes”,
los asesinos de millones de niños con la peor de las espadas, la de
la miseria y el hambre, con lo que tratan de impedir la aparición de
los rebelados del futuro que, más temprano que tarde, sabrán
enterrarlos para siempre en el último rincón de la memoria, para
comenzar a construir otra sociedad. Una donde los valores humanos no
se puedan vender al mejor postor porque, simplemente, ya no existan
los postores.
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