Por
Roberto Marra
La
moderación es tratada siempre como una virtud. Sobre todo, por
quienes necesitan que las lógicas rebeldías que nacen frente a las
injusticias cotidianas, no se transformen en razones para poner fin a
sus poderes auto-otorgados. La tibieza es la actitud que prefieren de
las masas de oprimidos. La indiferencia es elevada a la categoría de
buen criterio, deformando la lógica expresión que debe esperarse de
los hombres y mujeres vapuleados por la intransigencia de los
poderosos ante sus necesidades nunca satisfechas.
Por
ese camino de sujeción a las reglas opresivas transitan algunos
creídos líderes de escasa representatividad real, pero exagerada
exposición mediática, lo que los hace visibles la mayor parte del
tiempo en entrevistas, paneles de opiniones y esas fraudulentas
caminatas por los barrios, que se atreven a realizar cuando están
seguros de las reacciones preparadas de ex-profeso por su camarilla
de adulones.
Por
allí andan también aquellos que, aún siendo leales a sus ideas y
la historia que las sostiene, adoptan esta particular forma de actuar
frente al Pueblo, convencidos que éste no les aceptará actitudes de
firmeza contestataria, de audaz reacción a “lo establecido”.
Leyendo la realidad a través de encuestas fabricadas también por el
mismo Poder, se adaptan a las formas preferidas por el enemigo,
suavizando sus pronunciamientos y postergando el desacato que las
oprobiosas situaciones que se sufren les debieran promover.
Solo
algunos y algunas se atreven a ir más allá. Pocos y pocas
pronuncian las palabras justas, desafiantes, valientes, esas que
despierten algo más que solo algunas dudas sobre el enemigo. Son
quienes se arriesgan a argumentar lanzando utopías a los
desesperanzados, relatando el futuro con certezas derivadas de sueños
que alguna vez estuvieron a punto de cumplirse, pero que fueron
talados por personajes de escaso vuelo imaginativo y deslealtad
manifiesta, que se atravesaron por el camino popular con el canto de
sirenas de la “moderación necesaria”.
El
embuste de los “moderados” ha sido comprobado aquí y más allá.
“Ni chicha ni limonada” dice una popular expresión. Y no siendo
ni una cosa ni la otra, se termina revelando como... nada. Así
culminarán siempre esas experiencias fabricadas por los propios
enemigos de los pueblos para entretenerlos y desviarlos de sus
verdaderos objetivos. Mientras tanto, ellos continuarán con la
perversa tarea de degradar la sociedad hasta límites obscenos,
aniquilar sus esperanzas y asegurarse la continuidad de sus dominios.
El
cuento de la “moderación” debe ser desterrado para siempre del
ideario popular, si el deseo es construir una sociedad justa y una
Patria soberana. Porque no habrá piedad de los poderosos ante la
tibieza frente al yugo, ni perdón para con los mismos tibios que,
antes que puedan entenderlo, caerán también bajo sus garras,
haciendo añicos sus pequeños “sueñitos” de poderes imposibles.
En
la osadía de enfrentar a los dueños de todo con casi nada, está la
ruta hacia lo que la buena gente del Pueblo se merece. En la valentía
de soñar lo imposible como realizable, está la salida a tanto
deshonor, tanta miseria, tanta muerte sin sentido, tanta hambre
inmerecida. Y en la decisión de tomar el destino en sus propias
manos, se encuentra la llave para abrir la puerta de un tiempo donde
la tibieza sea solo la del sol que ilumine los justos y rebeldes
anhelos, hechos verdad.
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