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Por
Roberto Marra
En
política, los inventos de figuras atractivas para el electorado, son
moneda corriente. Cuando se acercan las fechas de los votos, algunos
especuladores que hacen vida dentro de los movimientos políticos y
sociales de Argentina, comienzan a buscar con desesperación a
quienes les puedan resultar captadores de voluntades de indecisos o
dubitativos, ese porcentaje siempre en disputa de la sociedad, ese
tercio con pretensiones “apolíticas”, generalmente comprador de
cuanta propuesta negativa para las mayorías populares exista, método
que (creen) les acerca a sus permanentes ilusiones de pequeños
oligarcas sin cuentas en paraísos fiscales.
Los
movimientos son los obvios: peroratas periodísticas alardeando sus
bondades tecnocráticas, reuniones de opositores “naif” con el
susodicho propuesto candidato para conformar extrañas alianzas de
aguas con aceites, y encuestas encargadas de ex-profeso por los
interesados, con ridículos escenarios de confrontación con la
yeguariza nube negra que obnubila al Poder donde, ¡oh, casualidad!,
el economista estrella mide cada vez mejor y se acerca a su “presa”
tan deseada (tan deseada de que esté presa).
Cualquier
cosa vale si de restarle votos al “populismo” tan temido se
trata. Lo que sea harán los dueños de casi todo por conservar su
dominio, cualquier alianza tejerán con tal de no ceder un milímetro
(y un peso, que es lo que les importa) de su status quo. Y allí
estarán los serviles comunicadores de verdades estrafalarias,
metódicos vendedores de intrascendentes pero bien adornados
discursos “opositores”, siempre deslizando dudas sobre las
intenciones de quien les quita el sueño a los interesados de que
algo cambie para que nada lo haga.
Números
y barras sirven para asegurar el ascenso imparable de su figura
estelarizada por los vende-humos televisivos. “Serias” empresas
dedicadas al rubro de las encuestas, analizan fantasiosamente la
importancia de este personaje puesto a gobernar una Nación sobre la
que poco y nada ha dicho en los últimos tiempos, en medio de la peor
crisis económica, financiera, productiva y social que se tenga
memoria.
Relatores
de la realidad que abundan sobre las tristezas y desgracias que nos
atraviesan, se presentan cada día ante las pantallas para decirnos
por qué sufrimos, qué padecemos y qué necesitamos. Son
funcionarios que ejercen cargos a nombre de un Pueblo al que parecen
considerar menos que inhábiles para pensar, al que le soban las
espaldas para dejar caer después el nombre de algún candidato como
el “súperstar” Lavagna o alguno más que para la ocasión les
sea útil.
Cómplices
del genocidio social que padecemos, renuevan sus falsedades con
adornos de promesas de bienestares basados en sacrificios que no
anuncian, pero que serán parte inevitable de sus sueños de
gobiernos de imposibles caminos del medio. Son parte del sistema que
el actual (des)gobierno ha instalado, donde los gerentes del Poder
han realizado el trabajo sucio de intentar despejar la ruta hacia el
fin del cuco “populista”, de manera de asegurar su predominio sin
mayores sobresaltos que los muertos que necesitará ante las
rebeliones de los hambrientos que genera.
Desde
Colón a estos días, la compra de espejitos ha sido siempre un mal
negocio para los sometidos. Con las formas que cada tiempo les dió,
esos adornos de las miserias sufridas por las mayorías han logrado
despejarles el camino a los poderosos para mantenernos a su merced.
El invento de figuras intrascendentes pero llamativas es, por estos
tiempos eleccionarios, la razón de la supervivencia de nuestros
oscuros gobernantes y sus aliados difusos. ¿Será entonces nuestro
destino, al decir del gran Moreno, “mudar de tirano sin destruir la
tiranía”?
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