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Por
Roberto Marra
Un
informe de la organización internacional “Oxfam” revela que, en
el 2018, solo 26 personas, las más ricas del Planeta, acumularon una
fortuna equivalente a la de las 3800 personas más pobres, más de la
mitad de la población mundial. La aceleración de la concentración
la demuestra el hecho que en 2017, esa fortuna estaba en manos de 43
personas. En Argentina, para no ser menos, se ha repetido el
fenómeno, trasladando las pérdidas sufridas de los sectores más
pobres, por efecto de la aplicación de las políticas del macrismo,
a las ganancias de los grandes ganadores de siempre, la aparentemente
sempiterna oligarquía.
Lo
imposible elevado a la categoría de certeza absoluta, permite
contener rebeliones y aplacar ánimos que acumulan sobre la caldera
del robo sin tapujos que materializan cada día, asustando a los
sometidos con regresos al pasado que les permitía ser felices cuando
no debían, cargándoles las bolsas de miedos a la verdad vivida
sobre sus espaldas desconectadas de sus cerebros, deslumbrados con
patrañas elaboradas, justamente, desde aquellos lugares de
concentración del Poder mundial que supervisan a sus gerentes
locales.
Como
en una película de terror, las escenas de dolores y padecimientos
ilimitados se suceden sin que los observadores reaccionen más que
con alguna expresión de lástima, sentimiento que anula el
razonamiento rebelante necesario para modificar las cosas. Ni lo
lejano ni lo cercano mueve demasiado el “amperímetro” de la
resistencia, concentrada solo en grupos de esclarecidos ciudadanos
que han sabido superar el muro de las falsedades mediáticas.
Los
inundados del litoral y norte argentino solo son presentados como
producto de desgracias climáticas. Todo viene del cielo, cae por la
buena o mala fortuna, se materializa de la nada. La magia como
explicación de la brutalidad oligárquica, mostrada con cierta
molestia por el periodismo cómplice, más entusiasmado por relatar
las aventuras veraniegas de los “ricos y famosos”, que en
chapotear sobre las aguas arrasadoras de tantas vidas atrapadas en la
telaraña del olvido y convertidas en simples números de la
insensibilidad de los poderosos.
Los
despedidos sirven para llenar algunos espacios noticiosos con
revelaciones de lo evidente que se prohíbe mostrar. Las persianas
bajas, los carteles de alquileres o ventas de locales, la multitud de
pibes vendiendo baratijas con sus madres, los abandonados de todo
abandono durmiendo bajo los aleros de la desesperanza, son tratados
como simples relatos de los que “no entienden” la “virtuosidad”
del sistema imperante, esta fábrica de sueños de derrames
imposibles y miserias aseguradas.
Colgados
del último vagón del tren de la riqueza mundial, los aprendices
argentinos de dueños del Planeta transitan el final de su primer
período al frente de un gobierno electo. Que sea el último es la
esperanza de los que quedamos vivos y pensantes. Que se atasquen en
la recta final antes de su fraudulenta esperanza de urnas trampeadas,
es la misión que nos debemos. Que se muerdan la lengua venenosa que
los envíe al infierno de donde salieron, es solo una fantasía
silenciosa de un Pueblo acobardado de tantas elucubraciones
deshonestas de falsos opositores, sabandijas similares a los odiosos
ostentadores de fortunas robadas a los pobres.
Es
necesario construir el final de esta etapa repugnante y oprobiosa,
transformarnos en ejemplo para los pueblos miserabilizados del
Planeta, romper con el miedo a la rebelión imprescindible de los
desarrapados, dar el puntapié inicial para este partido que debemos
ganar por goleada. Por nosotros, por los inundados, por los
vendedores de baratijas, por los comerciantes sin comercios, por los
obreros sin fábricas, por los infelices durmientes de bancos de
plazas, por los maestros degradados. Y por la memoria de quienes
supieron construir, en otros tiempos no tan,lejanos, las bases de una
sociedad alejada de tanta insolencia cotidiana de los malditos
oligarcas.
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