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Por
Roberto Marra
El
norte santafesino ha vuelto a inundarse. Como tantas otras veces, se
repiten las escenas de esos mares interiores que arrasan la
producción agrícola y matan a tantos animales, aniquilando el
trabajo de muchos años de los productores de la región. Los
evacuados son un emergente de ese drama económico y social que, en
general, solo es tratado con el consabido y lacrimógeno sistema que
el periodismo suele otorgarle, especie de teatralización de pesares
que no comprenden demasiado, pero que permite soslayar el tratamiento
de las causas que provocan semejantes catástrofes humanas.
El
reinado de la soja no parece tener horizontes de cambios cercanos, en
tanto asegure las millonarias ventajas a los angurrientos poderosos,
mientras se postergan al infinito las modificaciones a estos sistemas
extrativistas de las aguas e impermeabilizadores de los suelos,
robándose el futuro de nuestras tierras y la salud de sus
habitantes, atravesados por fumigaciones venenosas y semillas
transgénicas que se venden como la única opción para producir
alimentos.
Científicos
de verdad y otros que no lo son tanto, discursean a favor de
semejantes prácticas odiosas, cooptados por la maquinaria infame de
las empresas productoras de semillas y agrotóxicos más poderosas
del Planeta. Las facultades de agronomía padecen el mismo cáncer
intrusivo de las transnacionales del agro, alimentando la maquinaria
asesina de la tierra al costo miserable de becas y edificios
pagadores de los favores que sus profesionales deberán devolver con
mentiras cómplices del lento genocidio ambiental que se promueve con
tanta eficacia en el Mundo.
Mientras
se suceden los casos de muertes de habitantes de las zonas rurales
derivados del uso indiscriminado y exponencialmente aumentado cada
año de agroquímicos, los elegidos por el voto popular para
preservar la vida y los bienes de todos los habitantes, hacen la
“vista gorda”, aceptan con mansedumbre y resignación lo
inacabable de lo que los poderosos les indican y generan falsas
“investigaciones” que siempre dan resultados favorables a sus
asquerosos fines, que son los que el Poder les ordena sostener.
No
faltarán las visitas a los lugares de miembros de los gobiernos, que
se mostrarán con caras de preocupados y gestos de intentar
soluciones, que no serán otra cosa que terraplenes cada vez más
elevados y colchones a los menos afortunados de las zonas recorridas.
Serán solo puestas en escena que simplemente pretenderán mostrar lo
que no tienen: imaginación y voluntad para dar vuelta esta
“tortilla” del desatino productivo.
La
naturaleza, lo sabemos, no es dominable. No en los términos que
impidan sus devastaciones periódicas, azuzadas aún más por el
empeño de los dueños del Mundo en alimentar la atmósfera con
venenos y promover cambios de improbables retrocesos en el futuro. La
ambición de los poderosos propietarios de las mayorías de las
tierras en la Provincia (y en el País), no disminuirá. Además, la
ridícula pretensión de oligarcas de medio pelo de muchos
productores que pierden todo en cada catástrofe natural, hace
difícil el cambio de correlación de fuerzas para reconvertir los
sistemas agrarios nefastos de la actualidad.
¿Quién,
entonces, le pondrá el “cascabel al gato”? ¿Quién será capaz
de remover tanta injusticia ambiental, tanta inundación cotidiana
tapada con falsedades meteorológicas de sus cómplices mediáticos,
tanto desastre anticipado por los auténticos científicos, aquellos
que a los que agreden con vehemencia los supuestos sabiondos de
oficinas universitarias pagadas por el enemigo de la tierra?
Solo
la decisión del Pueblo consciente y organizado, decidido a ser
constructor y protagonista de su propio destino, que obligue a sus
líderes a promover otra cultura productiva, que elimine la
dependencia de la producción agraria de las decisiones imperiales,
que arrase con la voluntad de eternización oligárquica de los
terratenientes y genere las condiciones para convertir al campo en el
vergel habitado que la Patria necesita, para asegurar la vida del
presente y del futuro, acto solidario elemental de quienes
pretendemos llamarnos humanos.
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