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Por
Roberto Marra
El
primer día del año hubo dos actos tan opuestos como simbólicos en
Nuestra América. Mientras en el gigante sudamericano asumía la
presidencia un troglodita personaje de una mala historieta, en la
mayor de la Antillas se conmemoraban los primeros sesenta años de la
Revolución. Dos muestras concretas de lo peor y lo mejor que los
humanos pueden llegar a realizar por sí mismos, dos centralidades
ideológicas y culturales que enarbolan banderas tan disímiles como
categóricas.
Mientras
tanto, en la Cuba de Martí, Maceo, Grajales y Fidel, delante de sus
estatuas vivas como nunca por impulso de la actitud verdaderamente
revolucionaria de sus herederos ideológicos, se mostraba la otra
cara de la humanidad, la de la autenticidad, la de la honestidad y la
solidaridad, una palabra que solo los cubanos han comprendido en toda
su cabalidad. Allí no hubo más que reflexión sobre los devenires
que atravesaron esa construcción única en el Mundo, capaz de
enfrentar al mayor imperio de la historia humana con solo el escudo
de la verdad de los hechos y la voluntad de la memoria.
Una
Cuba capaz de, en los peores momentos de los bloqueos que se le
imponen por voluntad de los amos del Planeta, avanzar en su
democracia, la más auténtica y real, la de mayor participación y
apoyo popular, reformulando su Constitución de una manera que
sorprendería que se hiciese en otros lares, con la participación
masiva de la población opinando y reformando lo que se le proponía
en principio, haciendo realidad el objetivo magno del gigante Fidel y
sus barbudos cuando entraron en Santiago en 1959.
Por
las tierras del Brasil de Bolsonaro, en cambio, todo parece hundirse
en un barro maloliente de futuros de padeceres sin límites. Ni
reacciones. Pretenden que Lula solo sea una referencia del pasado,
abandonado en una celda de la injusticia programada para todos
nuestros países, tanto como aquí desean hacerlo con Cristina, como
en Ecuador con Correa, como pronto lo querrán hacer con Evo, como
martirizan desde hace veinte años el intento de un Chávez
premonitorio de tantas desgracias avisadas.
Atrasan.
Retrotraen la historia hacia aquellos años del Moncada, del Granma y
de la Sierra Maestra. Utilizan las mismas palabras, adjetivan de la
misma forma, insultan nuestras inteligencias con las exactas frases
de hace tantas décadas, resoplando como bestias las inútiles
provocaciones, rechinan sus dientes afilados prestos a morder la
historia y abatir “para siempre” la resiliencia natural de los
pueblos que se rebelan frente a sus maquinaciones fraudulentas y
procaces, impuestas a fuerza de palos y balas sobre los más atentos
y valientes.
Nos
queda elegir entre uno u otro destino. Nos queda observar con
detenimiento el resultado de uno u otro proceder. No para traer
revoluciones hermanas, sino para hermanarnos con nuestra propia
revolución, para transformar las ilusiones de libertades que nunca
conseguimos del todo y soberanías que no alcanzamos a sostener en el
tiempo. Y Justicias que se nos escaparon de las manos por mirarnos en
el espejo mentiroso de las pantallas de la canalla mediática, la
fábrica de los Bolsonaros y Macris que solo serán polvo de miserias
en la historia por venir.
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