Por Roberto Marra
La situación política, social, económica y productiva en nuestro País, da para generar debates eternos sobre las razones que la engendraron y las salidas que la puedan modificar. Pero, por evidente que sea esta situación, por dramáticos que sean sus efectos, por enervantes que resulten las declaraciones de los energúmenos a cargo de semejante latrocinio; quienes intentan demostrar que son los adversarios de estos hechos degradantes de nuestra sociedad, no logran encauzar unitariamente los lamentos, las desesperaciones y las necesidades evidentes, tras algún tipo de acción que logre iniciar un proceso que pueda terminar con lo sufrido por las mayorías populares.
Temerosos de la posibilidad del fin de sus días dirigenciales, quienes “comandan” esas estructuras anquilosadas denominadas “partido” y “movimiento”, remedos de aquellas que fueran, otrora, virtuosas estructuras políticas que contenían millones de voluntades por efecto de la clara posición ideológica que manifestaban, se han convertido en simples sistemas de aplaudidores que ofician de cancerberos de los líderes, antes que en serviciales intermediadores de éstos con sus militantes.
Ese modo de conducción degenera en el alejamiento de la militancia y el individualismo. La capacidad de comprensión de la realidad merma en la misma dimensión que disminuye la atención de los dirigentes a las necesidades reales de sus (supuestos) dirigidos. Todo parece reducirse al ámbito de lo electoral, dejando siempre para un futuro nunca definido la elaboración de lo más importante de una agrupación política: las tácticas y las estrategias para la disputa por el Poder.
Todo queda librado así, al azar o la voluntad de los delirios de los gobernantes apátridas, ante quienes los líderes populares sólo muestran actitudes defensivas, siguiendo sus agendas y contestando cada una de sus imbecilidades, elevando al rango de seres humanos a quienes no cumplen con ningún requisito para serlos. Es la estupidez de enfrentar al enemigo con armas que no lo lastiman. Es el simplismo de servir de frontón donde reboten las diatribas, facilitando todavía más sus difusiones, ya de por sí demasiado profusas, antes que de elaborar una auténtica ofensiva nacional y popular.
Es hora de alejarse de los espejos que elevan los egos y alejan las multitudes. Es tiempo de sacarse el ropaje de liderazgos que no se asumen del todo, salvo para intentar imponer sus voluntades pueriles sobre quienes les señalan errores o advierten de peligros derivados de sus acciones. O sus inacciones. Es cuando hay que asumir las responsabilidades de conducciones que deben, indefectiblemente, ponerse al servicio del Pueblo que las engendró.
No disponen de tiempo quienes ya perdieron hasta su dignidad. No se puede esperar más, cuando el hambre golpea los hogares (de quienes todavía los poseen), y anula las vidas de quienes ya ni eso conservan. Tampoco lo hay para conciliábulos internistas ni devaneos con figurones de dudosa extracción ideológica, atentos siempre a colarse en cargos que les permita ejercer sus corruptas formas de sobrevidas politiqueras.
Flota un olor nauseabundo a desaparición del concepto de Patria. Se enrarece el aire con las mentiras programadas desde el Poder para su enésimo engaño. Se aplasta la realidad con sensaciones inventadas y miserias consumadas a costa de la muerte cotidiana de la doctrina que podría generar la voluntad de cambiar esta brutal “normalidad” amoral, olvidando la propia historia e impidiendo el nacimiento de una nueva y necesaria realidad.
Volver a elaborar estrategias. Emprenderlas con nuevas tácticas. Y escuchar la voz imprescindible de un Pueblo siempre dispuesto a la lucha cuando la conducción responde a sus necesidades que, imprescindiblemente, deben generar derechos inalienables. Esas son las tareas del momento, las impostergables, las que no pueden dejarse a cargo de los peones del Poder Real, ni de los cómplices de los enajenadores de nuestras libertades, ni de los desleales a su Pueblo, ni de los traidores a la Patria.
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