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Por
Roberto Marra
Entender
la realidad económica es una tarea difícil, sobre todo cuando se
pretende desentrañar las razones que la sustentan. Eso, que en
cualquier lugar del Mundo resulta complicado, en esta Argentina de
hoy lo es más todavía, por las especiales características de
quienes están ¿al comando? de las acciones (e inacciones) de esto
que se pretendió como el “cambio hacia la felicidad” (la de
ellos). Pero todo esto no puede resultar sorpresivo para nadie, salvo
para los que solo observan la vida a través de una pantalla guionada
por sus propios enemigos.
Ante
las suspensiones o despidos masivos y los cierres de fábricas y
comercios, la reacción de lucha no se hace esperar. Decenas de
obreros y empleados hacen sus manifestaciones de protesta, se reúnen
incluso multitudes de involucrados en ese mismo gremio pero, sin
embargo, carece de algo más que la haga prosperar positivamente para
los demandantes. Ese faltante fundamental es la transversalidad de
las acciones unitarias, es la comprensión de la interrelación que
existe entre todos los agredidos por el sistema imperante, es el
entendimiento de que las acciones sectoriales solo pueden acarrear
pequeñas victorias sin destino de éxito final.
La
disgregación de las luchas no es casual ni cayó del cielo. También
allí actuó el enemigo, proveyendo de falsas razones para las
divisiones gremiales y, lo que resulta peor todavía, para los
desencuentros entre los trabajadores por pretender ser partícipes de
clases sociales a las que nunca les dejarán acceder.
Recelos
infundados, turbiedades fabricadas exprofeso para enfrentar a quienes
nunca podrían estarlo, fueron logrando separaciones ridículas desde
lo conceptual, pero reales y concretas desde la ilógica de la
sinrazón a la que fueron conducidos por la acción esmerilante de
sus pretendidos “dirigentes”, las más de las veces simples
adláteres de los poderosos, que los mantienen como diques de
contención de las rebeldías lógicas frente a las injustas
condiciones de vida a las que se acarrean a sus dirigidos.
Aún
cuando ahora se está conformando una unidad entre muchos de ellos,
sigue cada uno ejerciendo sus luchas por separado, como si solo
podría enfrentarse a tan enorme ejercicio maléfico del Poder con
marchas masivas pero sectoriales. Empleados estatales un día,
docentes primarios y secundarios otro día, universitarios el
tercero, obreros de una metalúrgica por otro lugar, despedidos de
una textil por su cuenta, trabajadores de la ciencia frente a sus
laboratorios vaciados, y así de seguido hasta sumar miles y miles de
reclamos que se saben idénticos pero no se conectan entre sí.
La
convergencia unitaria de las luchas populares ya no puede ser solo
una idea, supuestamente “romántica”, de algunos soñadores de
utopías a las que siempre se tildan de irrealizables. Es la
imprescindible órden que nos está dando el futuro, si es que
deseamos que llegue. Es la demanda de una historia que supo de su
existencia y sus victorias. Es la evidencia de los fracasos
anunciados y festejados por los hacedores de las desgracias
populares, que brindan felices por la facilidad con la que nos
dominan con tan poco esfuerzo.
La
conquista de la verdadera libertad está ahí, a un paso de nuestras
decisiones. El triunfo necesario para saldar la impotencia de la
miseria y el abandono, solo requiere de una decisión sencilla, pero
compleja. Paradoja de un veneno que inyectó el enemigo para
perpetuarse en el poder que nos arrebataron con mentiras y supuestos,
vergüenza que solo podrá redimirse con el arma más temida por los
infames ladrones de nuestras vidas: la unidad.
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