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Por
Roberto Marra
“La
venganza es el placer de los dioses”, sentencia una frase famosa
que sirve de base para la justificación de las revanchas de unas
personas contra otras. Desquite, represalia, escarmiento, ajuste de
cuentas, vendetta, son actos que satisfacen los instintos de quienes
se consideran víctimas de alguien, tratando de producir en ese
individuo los sufrimientos propios, de los que les atribuyen sus
orígenes. Es el “ojo por ojo” que supuestamente alivia los males
padecidos y reivindica las razones propias.
Por
ese sucio camino se está transitando desde hace años. El Poder ha
sabido cooptar las conciencias de millones de personas que se quieren
vengar de hechos que no sucedieron, cuyas comprobaciones jamás se
mostraron, pero han sido minuciosamente preparadas y exhibidas hasta
el hartazgo por los medios, la otra pata fundamental de la venganza
social contra los enemigos inventados.
Trabajadores
que nunca habían recibido salarios tan altos, jóvenes que jamás
podrían haber llegado a las universidades, amas de casa que ni en
sueños hubieran recibido sus jubilaciones, jubilados que no tuvieron
en sus largos años de padecimientos reinvidicaciones tan notables en
sus remuneraciones, todos ellos convertidos en “vengadores”
contra los gobernantes que les dieron esas posibilidades, acusados
por quienes fueron siempre, a lo largo de toda nuestra historia, los
auténticos canallas que impidieron semejantes avances en sus vidas.
Eligen
muy bien los viles impulsores de las revanchas. Saben pegar donde más
duele, atacando a los mejores, destruyendo sus vidas, aleccionando
falsamente a los seguidores embobados de sus tropelías victimarias.
Las sanciones “judiciales” no se hacen esperar, para regocijo de
los idiotas con pretensiones de venganzas contra sus benefactores. La
venda de la “señora Justicia” hace rato que se ha caído y su
balanza tiene el suficiente contrapeso de mentiras que hacen falta
para sancionar impunemente a los inocentes.
Felices,
los vengadores transitan su actualidad pisoteando la historia,
convirtiéndola en un barro con el que enchastran sus escasas
neuronas, para tratar de no sentir las culpas que estallarán, más
temprano que tarde, frente a sus miradas miopes y sus actos torpes.
Más felices todavía están los fabricantes del odio revanchista,
refregándose las manos ante tanta inmundicia favorable a sus
intereses.
Ahora,
cuando la mugre en la que siempre se mueven los salpica, aprietan
fuerte el acelerador de la venganza. Ahora confiesan extrañas formas
de coimear, autoinculpándose a sabiendas que sus amigotes judiciales
les abrirán las puertas, las mismas que cerrarán con premura detrás
de la llegada de sus víctimas predilectas, para mostrarle a la
sociedad que se castiga a los “malditos populistas”.
“Son
todos iguales”, gritarán los imbéciles con menos reflexión que
la de una piedra, tratando como siempre de salvar sus miserables
conciencias del ataque merecido de la memoria, mientras el Poder y
sus secuaces nuevamente los aleccionarán con operetas judiciales que
demuelan la verdad, que la aplasten con millones de falsedades
acordes con sus objetivos de hegemonía vendepatria.
Aparecerán
entonces los “salvadores”, los enviados de los dioses de los
placeres vengativos, para decirnos que el pasado no debe repetirse,
que fue un error de la historia, que no se puede permitir su regreso
y que ahora sí, con ellos como líderes, llegará la prosperidad que
nos robaron. Al borde del precipicio al que acompañaron a los
auténticos fabricantes de las revanchas, nos invitarán a dar un
paso adelante, para caer, por enésima vez, en el mismo abismo de la
desesperanza.
Y
continuarán con el desquite, profundizarán el escarmiento,
arrinconando contra el paredón del fusilamiento mediático a los y
las mejores. Pero no comprenden nada. No entienden que la razón,
tarde o temprano, asoma por entre tanta mentira organizada, tanto
deleite vengativo sin sustento, tanta miseria humana consumada,
abriendo la rejas de la infamia para liberar a nuestros mejores
compatriotas, para matar la venganza y hacer, por fin, Justicia.
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