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Por
Roberto Marra
La
estructura agraria forma parte del sistema que ha posibilitado, desde
hace más de cien años, el crecimiento de la desigualdad social y de
la pobreza extrema en Argentina. La apropiación de las tierras por
parte de un grupo de delincuentes disfrazados de liberadores de
malones de indios y proveedores de civilización, trajo la
conformación de una oligarquía latifundista que sufrimos hasta
nuestros días. Por el otro lado, generó la pauperización de los
que sobrevivieron al genocidio étnico perpetrado, condenándolos al
ostracismo civil dentro de su propio territorio, parias de un tiempo
donde comenzó el relato de una historia amañada por los intereses
de los imperios y sus sirvientes locales.
Con
sus lógicas adecuaciones a los vaivenes políticos que se fueron
dando, con las temibles costumbres de todo dominador de lo absoluto,
apenas rozados algunos de sus intereses por la acción distributiva
de los gobiernos populares, estallaron sus “rebeldías”
atronadoras de escarmientos con nuevas formas de genocidios, con
renovados espíritus perversos, para acabar con cada uno de los
avances sociales que se pudieran haber realizado en esos tiempos
felices donde pudo conocerse algo de eso que se llama justicia
social.
Hoy,
cuando la restauración conservadora está pasando el rastrillo
económico por el territorio que considera de su exclusivo dominio,
ese sistema odioso y odiador se ha apoderado nuevamente de casi todo.
Esta vez la llegada al poder político fue directa, sin
intermediarios, gracias al previo lavado de cerebros mediático y al
dulce puesto frente a las narices de los odiadores eternos de los
descendientes (por pobres) de aquellos originarios aplastados por las
tropas pagadas por los nacientes latifundistas.
Ya
entonces, desde su irrupción a sangre, fuego y alambrados, les fue
necesaria la creación de otro aparato burocrático fundamental: el
poder judicial. Allí pusieron a conducirlo a sus descendientes y
amigos, para generar una casta de funcionarios eternos, de apellidos
lustrosos y oscuridades morales infinitas. “Hacete amigo del juez”,
decía el contra-personaje de Martín Fierro, poniendo blanco sobre
negro la relación que desde entonces tendría ese poder con la
población sin “abolengo”.
Ahora
mismo, sus oscuros descendientes están haciendo de las suyas,
arbitrando medidas que desdicen las leyes y aplastan su propia
constitución, aquella que les sirvió también para asegurarse su
predominio estructural. Continúan con sus andanzas leguleyas al
servicio de quienes les aseguran su continuidad, siempre y cuando
cumplan con la labor hiriente hacia sus enemigos ideológicos y
produzca la sensación temerosa de la ciudadanía sobre la
imposibilidad de rebelarse contra ellos.
La
vieja forma de apropiación forzada de tierra continúa siendo un
modo casi “normal” para expulsar a los más débiles integrantes
de esa estructura agraria centenaria. Los pocos reductos rurales
donde residen los últimos descendientes de las otrora orgullosas
etnias originarias, o los campos cuyos propietarios son auténticos
labradores, campesinos de verdad, trabajadores reales de sus tierras,
son avasallados con tramoyas jurídicas preparadas con la complicidad
de jueces, fiscales y también muchos diputados y senadores, que
ofician de garantes de este sistema oprobioso de exacción
territorial.
Invaden,
desconocen títulos originales, asesinan sin piedad los principios
“republicanos” que no se cansan de poner al frente de sus
discursos falseadores de la realidad. Oprimen, torturan y matan,
olvidándose de represalias que nunca llegarán, gracias a sus socios
tribunalicios, mientras la ciudadanía mira para otro lado, ocupada
más bien en soportar la poca vida que le dejan vivir. Siguen la
línea de los martines de hoz, los menendez behety, de los pinedo y
todos sus descendientes similares, con sus sociedades rurales
destituyentes de gobiernos populares y sostenes invariables de
dictaduras asesinas.
Parece
haber entonces un único camino para terminar con semejante oprobio.
No puede existir otra salida que acabar de raiz con el dominio de
estos sucios ocupantes de “nuestras” tierras y sus pérfidos
cómplices. “Nuestras” en el sentido originario y patriótico de
esa palabra, que nos mal-acostumbramos a usar solo con el criterio de
propiedad privada. “Nuestras”, para reconsiderar la historia
recorrida, barrer con las injusticias territoriales y expulsar a los
saqueadores del dominio absoluto desde sus orígenes. “Nuestras”,
para empezar a ser una Nación con desarrollo generalizado y
virtuoso, donde la felicidad no sea, nunca más, el privilegio de la
casta de cobardes ladrones de esperanzas que la secuestraron para su
exclusivo goce y usufructo. Y para que paguen, por fin, todos sus
ultrajes.
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