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Por
Roberto Marra
Hubo
y hay muchas personas que, recordando la época de la última
dictadura, suelen soltar expresiones justificativas del accionar
asesino de las “fuerzas del órden” de aquel entonces. Frases
como: “a mí no me pasó nada porque no estuve en nada raro”, se
esgrimen como mecanismos de defensa de su incapacidad para reconocer
la realidad, como mínimo, o para esconder sus complicidades pasivas,
en el otro extremo.
Algo
de todo esto está sucediendo en la Provincia de Santa Fe, donde cada
día nos anoticiamos de alguna balacera a casas de jueces, a
tribunales o, lo peor, los asesinatos de testigos en juicios
interminables a algunos de los integrantes de poderosos grupos
delictivos. A pesar de semejante cantidad de hechos violentos, sin
embargo, nunca hay enfrentamientos con las fuerzas policiales. Actúan
con tanta impunidad, que permite inferir la falta de trabajos de
inteligencia acordes a la importancia de los sucesos o, lo que podría
ser peor, un alto grado de connivencia.
Desde
el gobierno provincial, siempre tan proclive a pendular entre el
barniz “progresista” y la adhesión a lo peor del
conservadurismo, parece haber como una resignación de sus
obligaciones, tratando más de complacer el oído de “la gente
decente” con vanas promesas de investigaciones de certezas inocuas
para los delincuentes y grandilocuencias discursivas de futuros de
paz que nunca llegan.
Todas
las administraciones de este raro “socialismo”, tan proclive a la
adhesión fácil a cuanta política neoliberal les propongan desde el
Poder Real, han transitado el mismo camino temeroso ante la fuerza
policial, que parece dictarles las “estrategias” a seguir ante
semejante delirio de balazos y muertes. Lejos de dirigirlas, solo
“transan” pactos oscuros con sus jefes, que se aseguran la no
intervención en las decisiones que puedan afectar intereses que los
acercan demasiado a los supuestamente perseguidos delincuentes.
Como
trasfondo más peligroso todavía, está la actitud de la ciudadanía,
siempre presurosa adherente a la represión fácil de “perejiles”,
débil carne de cañón seguramente entregada “a piacere” por los
jefes mafiosos para entretener a las masas deseosas de venganzas.
Aquella vieja frase exculpadora de responsabilidades propias, resurge
ahora para justificar matanzas inútiles de jóvenes perdidos en la
selva del delito, simples bambalinas que esconden complicidades que
asustan.
Un
ministro que quiere expresar una firmeza que no demuestra en los
hechos, pretende dirigir las acciones de una fuerza que no domina. Un
gobernador que parece sentado en una ola, está más preocupado por
reelecciones imposibles que por cumplir a cabalidad con su mandato,
al que nadie lo empujó. Jefes de una fuerza policial elegidos vaya
uno a saber con que premisas, conduciendo sus tropas hacia la
autodestrucción, con actitudes sospechosas de, al menos, incapacidad
para entender las consecuencias de sus acciones.
En
este caldo sucio se cultiva la desesperanza popular, base primordial
para aceptar la brutalidad de la violencia como única salida. El
verdadero Poder se relame de placer, sabiendo que no hay nada más
fácil de dominar que una población asustada, a merced de la disputa
entre bandas cuyos límites difusos confunden todavía más. La
muerte se declara dueña de nuestras vidas, perforando paredes y
cristales para mantenernos acurrucados en los rincones miserables a
los que nos permiten acceder para sobrevivir. Y el futuro se
transforma solo en una palabra hueca, mientras sigamos afirmando que
nada nos pasará si no nos metemos en nada.
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