Imagen de "El País" |
Por
Roberto Marra
Muchas
veces hemos escuchado esa frase que se expresa como resúmen de una
soberbia del desconocimiento de la educación formal, que habla de la
“universidad de la calle”. Especie de caballito de batalla de
quienes se autoasumen como poseedores de ciertas superioridades en
virtud de la sumatoria de sus experiencias cotidianas, suele expresar
también un desdén hacia quienes pasan o han pasado por las aulas de
las universidades, las de los grandes edificios y multitudes de
estudiantes, las hacedoras de profesionales e investigadores,
primigenios ámbitos de reflexión sobre pasado, presente y futuro de
la sociedad y su desarrollo.
Entonces
aparecen las no-políticas universitarias, basadas en premisas de
menosprecio del saber, en la arrogancia del dinero negado, en el
abandono del conocimiento como objetivo básico para el desarrollo
nacional, en la prístina claridad del concepto de educación de
clase de la gobernadora sonriente y su repugnante expulsión de los
pobres de la educación universitaria, aunque no solo de ella.
Nada
que presuma la necesidad educativa está siendo tenida en cuenta en
este des-gobierno de lacayos del imperio. Nada que huela a
conocimiento puede ser aceptado por esta mafia enquistada en los
poderes públicos para sostener un único y deleznable objetivo: la
acumulación de riquezas propias a costa de la eliminación de los
derechos más elementales para el progreso real de una sociedad.
Junto
con el abandono de las universidades a destinos más que oscuros,
aseguran el fin de las investigaciones que desde sus aulas se fueron
generando a lo largo de nuestra rica historia científica. No
necesitan más que recortar presupuestos, además de sub-ejecutarlos,
para arrodillar a la ciencia nacional ante el poderoso dominio
extranjero, allí donde el conocimiento sí vale, y mucho.
Las
calles cubiertas de docentes y estudiantes reclamando el derecho a
saber algo más que lo que ellas pueden enseñar en su diario
trajinar, son ignoradas por los “maestros” del des-conocimiento,
los oligopólicos medios de in-comunicación, que punzan la
brutalidad ciudadana con agujas que inyectan mayores ignorancias,
convenciendo a los distraídos de lo superfluo de la educación, de
lo innecesario de su mantenimiento estatal y, al fin, de lo
imprescindible de su privatización.
La
altivez de los brutos con poder se manifiesta una vez más. Sus
maniobras distractivas con fotocopias de cuadernos y allanamientos
inverosímiles, son solo un recurso más hacia la meta desaparecedora
de la nacionalidad misma. La rapiña miserable desatada a través del
endeudamiento es lo que, de verdad, cuenta para ellos. Aseguran su
poder omnímodo para cuando ya no estén a cargo de la administración
del Estado, dejando un polvorín listo para estallar al menor atisbo
de intentos de justicia social.
Estarán
para entonces felices los defensores de la “universidad de la
calle”, ya sin competencia real por efecto de la desaparición del
saber de las aulas. Gozarán con la mediocridad fabricada para
eliminar rebeldías. Brindarán junto a los hacedores de tanta
ruindad, los dueños de todas las maldades sociales, los cómplices
abyectos del imperio, los sicarios de la dictadura de la ignorancia
entronada en un Poder, que solo podrá ser conquistado cuando la
brutalidad sea aplastada por un Pueblo empoderado del conocimiento,
que ahora le están robando.
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