jueves, 9 de agosto de 2018

SIN PIEDAD

Imagen de "elpais.cr"
Por Roberto Marra
La magnanimidad ha sido siempre una virtud exaltada como perfecta e imprescindible para la realización de nuestros actos. La generosidad, el altruismo, la nobleza, parece que debieran estar presentes inevitablemente en cada momento, para demostrar una capacidad superior ante los demás, sobre todo frente a los adversarios. Con esa sola actitud, estaríamos sobreponiéndonos a la tentación de las represalias furibundas contra lo que hayan hecho esos enemigos.
En el ámbito político, cuando luego de una etapa de dominio de una línea ideológica popular (invariablemente mencionada como “populista” por sus enemigos), sobreviene otra de signo opuesto, ha sido siempre la actitud el arrasar con todo aquello que haya sido realizado por el oponente, de manera de no dejar rastros perceptibles de su presencia en la historia y hasta borrar sus huellas de las conciencias mismas de sus seguidores.
No falla nunca el Poder en su acción degradante de los representantes de aquella etapa reivindicativa de derechos que a ellos no les convienen. Actúan con total desparpajo, empujando a sus líderes al costado del camino político, enjaulándolos (a veces literalmente) en rincones de oscuridad absoluta, alejándolos de la buena consideración popular a fuerza de entramados leguleyos y parafernalia mediática.
Por el contrario, cada gobierno auténticamente popular no ha actuado nunca de la misma forma, no induce al olvido sino a la memoria, no empuja a sus oponentes a la negación de sus existencias, les posibilita mantener sus espacios en las estructuras gubernamentales y los alienta a actuar democráticamente. Exagerando a veces estas posturas liberales, allanan el camino del regreso de estos falsos demócratas disfrazados, invariablemente, de salvadores de la Patria.
¿Es justo para la sociedad soportar estos vaivenes históricos? ¿Es beneficioso para la elevación de la calidad de vida de todos sus integrantes? ¿Los millones de padecientes de pobrezas y miserias inducidas por los peores representantes de lo peor de la politiquería, deben olvidar sus sufrimientos anteriores y soportarlos nuevamente en nombre de “la alternancia democrática”?
¿Quien se hará responsable de la desnutrición de niños que jamás serán lo que podrían haber sido por culpa de los “planes” económicos de demolición productiva? ¿Quién se hará cargo la muerte de los viejos abandonados, de la desatención hospitalaria, del abandono de las escuelas, de los trabajadores despedidos, de las fábricas obligadas a cerrar, de la ciencia cedida al peor postor, de las universidades de aulas vacías, de la invasión silenciosa del imperio, de la traidora cesión de la soberanía?
Parece que ha llegado la hora del fin de la magnanimidad, al menos tal y como la reconocemos hasta el momento. Ya no se podrá, cuando el Pueblo logre vencer a su enemigo histórico, actuar con la misma generosidad, altruismo y nobleza, si previamente no se responden esas preguntas. Respuestas que deberán contener certezas juridicas pero, fundamentalmente, humanas y sociales. Contestaciones que implicarán réplicas y sentencias que logren detener el giro bicentenario de la rueda de la involución permanente.
La verdad, esa de la cual se apoderaron hace demasiado tiempo los peores representantes de lo peor del Poder, deberá trocarse por una nueva, construída sobre una base moral que sea capaz de cortar de raiz los males a los cuales estamos sometidos sin otra razón que la desidia. La benevolencia solo deberá ejercerse con los sufrientes miembros del abandono, con los herederos de las miserias obligadas, con los advenidos de infancias desnutridas, con los habitantes congelados de las plazas y los aleros.
Serán ellos los legítimos receptores obligados de nuestros esfuerzos inmediatos. Serán, con el tiempo, el gen de esa nueva Patria tan soñada como despreciada. Habrán de ser el inicio de otro camino, donde la palabra Justicia retome su valor originario, y los malditos hacedores de las históricas desgracias populares, paguen sin piedad alguna sus maldades.

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